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Actualizado: 25 de mayo de 2025


En el mismo instante siente un dolor agudo; arden sus pupilas, y se encuentra en tinieblas sin conocer á ninguno de los circunstantes. Su conversión comienza desde entonces: oye una voz celestial que lo exhorta al arrepentimiento, y cae en tierra contrito y anonadado. En el último acto se transforma en ermitaño en un desierto, entregado por completo á la expiación y á los ejercicios piadosos.

Indudablemente habría sido mucho antes, entre la agitación y los empujones del gentío; pero esto no impidió que la señora siguiese con la mirada iracunda el grupo sucio, maloliente y miserable que se alejaba, anonadado por el hambre y la pena, entre el oleaje de alimentos y de general alegría. Doña Manuela avanzó sus labios en señal de desprecio. ¡Cómo estaba el mundo!

Maltrana el altivo, el hombre superior, cuya palabra era un hachazo; el fervoroso creyente de la alegría de la vida y su refinado helenismo, sintió que sus piernas flaqueaban, y se apoyó en un árbol. No podía más: era un vencido. Confesaba su cobardía, cayendo anonadado bajo el zarpazo de la Suerte. ¡Pobrecillo!

¡Si los cisnes no se comen, don Juan, no se comen agregó el mayordomo. En el campo hubiera encontrado usted caza cuanta quisiera: patos, martinetas, perdices... Para Juanillo, que estaba como anonadado por su obra, esta última observación fue un rayo de luz...

El silencio que ha reinado en torno mio, los pueblos que he visto en la llanura parecidos á pequeños rebaños que estan paciendo entre la yerba de los prados, las lejanas nieblas, las sierras coronadas de nieve que han terminado mi horizonte, el mar, el cielo, todo ha anonadado mi espíritu y me ha hecho reconocer el dedo de un Ser superior ante el cual debia prosternarme y sentir la frivolidad de mi existencia.

Anonadado, miró el anciano furtivamente a su alrededor, temiendo ser observado, y decidió hacer un esfuerzo para leer el pliego; pero el papel se escapó de sus temblorosas manos y cayó entre las llamas que lo consumieron vorazmente. Don Alejandro miró hacia el rincón en donde estaba el cerrado cofre y se acercó más aún a la chimenea, pero, a pesar de su proximidad al fuego sentía frío.

La suerte me deparó a un fiel amigo que cubrió con su ternura aquel abismo de luto y de lamentos; acaso sin él me hubiese precipitado en aquella horrible negrura. Durante toda la noche, permanecí anonadado, no pude conciliar el sueño y me acosté vestido.

Pues no tiene usted más que ponérselo en cuanto sea su yerno, porque, según cuentan, es novio de su hija Emilia dijo el marica recalcando las palabras con extremado gozo. Paco y D. Santos rieron. D. Cristóbal quedó anonadado. Apenas pudo mascullar trabajosamente: ¡Quién hace caso de esas boberías! Y no volvió a chistar.

El pobre joven, anonadado, no tenía ya más que un solo deseo: ¡ah! ¡si al menos le fuera dado esperar que en la vida de María Teresa, el nombre de Juan descendiese algunas veces de los labios a su corazón! ¿En qué pensaba en ese instante, mirando dulcemente hacia el horizonte? Ante sus ojos pasaba, sin duda, la imagen del que en esa noche había tenido el placer de estrecharla.

Permanecía, pues, acurrucado en su silla, vuelto de espaldas al sargento mayor, y haciendo como que comía; pero en realidad, aterrado, reducido á la menor expresión, anonadado. Pero de repente, sacóle de su anonadamiento una voz que conocía demasiado. Aquella voz había saludado al sargento mayor. Aquella voz era la del galopín Cosme Aldaba.

Palabra del Dia

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