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Actualizado: 5 de septiembre de 2025
Ambos formularon en sus adentros el pensamiento de simpatía que les asaltaba. Este señor mete respeto lo mismo que un obispo se dijo Amparo. Esta chica parece la Libertad murmuró el patriarca. Entre tanto la muchacha comenzaba su peroración.
Me retiré a mi aposento, cambié lentamente el traje negro que me había puesto para la ceremonia por el de casa, dejé pasar, con una impaciencia mortal algún tiempo, y luego abrí silenciosamente la puerta de escape de mi alcoba, y me acerqué, sin causar el más leve ruido, a la otra puerta de escape del dormitorio de Amparo.
Ya la tenemos, exclamó. ¿A quién? A la señorita Amparo. ¡Cómo! ¿sabes dónde vive? Está en la antesala. ¡Ah! exclamé saliendo de mi gabinete y atravesando la sala; entre usted, señora, entre usted. Amparo entró.
La lectora, que tomaba al pie de la letra aquello de «Cogemos la pluma trémulos de indignación», y lo otro de «La emoción ahoga nuestra voz, la vergüenza enrojece nuestra faz», y hasta lo de «Y si no bastan las palabras, ¡corramos a las armas y derramemos la última gota de nuestra sangre!». Lo que en el periódico faltaba de sinceridad sobraba en Amparo de crédulo asentimiento.
Al día siguiente Amparo se me presentó tranquila y afectuosa; en vano busqué alrededor de sus ojos ese círculo lívido que imprime una noche de insomnio y de fiebre. En vano esa palidez vaga del cansancio. Amparo estaba fresca, sonriente; parecía feliz. ¿Has dormido bien? la dije.
Asustado por este movimiento, corrió Batiste hacia su barraca, encorvándose muchas veces para pasar inadvertido al amparo de los ribazos ó de los grandes montones de paja. Ya veía su vivienda, con la puerta abierta é iluminada y en el centro del rojo cuadro los bultos negros de su familia. El perro le olfateó y fué el primero en saludarle. Teresa y Roseta dieron un grito de regocijo.
El peinado era una obra maestra, gran sinfonía de cabellos, y sus hermosos ojos brillaban al amparo de la frente rameada de sortijillas, como los polluelos del sol anidados en una nube.
Durante dos horas, Amparo, haciendo casi sola la conversación, me dejó conocer cuánto valía su moral: vinimos al fin a recaer en mis viajes; me preguntó acerca de las civilizaciones extranjeras, y sin haber hablado ni una sola palabra de su pasado ni de sus proyectos, me despedí de ella. Fui a ver al padre Ambrosio algunos días después.
No paséis nunca, ni tengan nunca las letras más amparo, ni se hagan jamás comedias, ni se impriman papeles, ni libros se publiquen, ni lea nadie, ni escriba desde que salga de la escuela.
La que se conformaba con los de su clase, aún menos mal; pero la que andaba con señores.... Esas cosas añadía la Comadreja no tienen remedio; nos hacen ver lo negro blanco.... Si me quisiera perder exclamó ofendida Amparo no me faltaría por dónde, como a todas. ¡Bueno!
Palabra del Dia
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