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Actualizado: 5 de septiembre de 2025
Con la magnanimidad de un caballero andante protector de la viuda y el huérfano, tomaba bajo el amparo de su brazo a esta mujer llorosa y sus pequeños aulladores. ¿Qué queréis ustedes? ¿Ver ar enfermo?... Pues lo veréis, aunque tenga que echarle las tripas ajuera a ese rubio fachendoso que está en la puerta. Prorrumpía en insultos y amenazas contra el marinero, que no podía entenderle.
No cuadró que yo se la pidiese.... Una vez, con disimulo, le indiqué algo.... ¡Si no fuese por la familia! ¡La madre, sobre todo, que es así! Y Amparo cerraba el puño. ¡Bah! Ve tomando paciencia once añitos, como yo.... ¡Y si después lo consigues!... No, pues si no quiere casarse... me parece que le doy despachaderas.
¡Oh! ¡Dios mío! ¡otra dificultad! La dificultad está salvada. Entra en un colegio. Quedose Amparo pensativa, y al cabo me dijo: Mande usted llamar de mi parte al padre Ambrosio. Me dio las señas de la habitación del religioso, y Mauricio fue a buscarle.
Tomás de Torquemada, Prior del convento de Santa Cruz de Segovia, de la orden de predicadores. ¡Quiera Dios que permanezca hasta fin del mundo, para amparo y aumento de la fe! Levántate, Señor, y juzga tu causa. Cógenos las zorras engañosas.»
Sin duda mis ojos dejaban ver claro lo que mi alma sentía, porque la expresión de reserva y de duda desapareció del semblante de Amparo, sustituyéndola una dulce expresión de consuelo. ¡Ah! exclamó: ¡Quiere usted reemplazar a los padres que he perdido! Y aunque procuró dominar su conmoción, sus ojos se llenaron de lágrimas.
Tomó el viejo la ofrenda y la pasó al presidente, que se quedó con ella muy empuñada y sin saber qué hacer. Confusas las compañeras de Amparo por el silencio repentino, miraban de reojo hacia todas partes, maravillándose del esplendor de la mesa y algo sorprendidas de que el banquete republicano fuese cosa de tanto orden y de que los delegados comiesen en vez de salvar la patria.
Llama el sátrapa á Memnon aparte, y le dice con tono de mofa y ademan de insulto: Donoso tuerto sois, pues os atreveis á dar al rey un memorial que no ha pasado por mi mano, y cometeis con eso el atentado de pedir justicia de un fallido muy honrado, que está baxo mi amparo, y es sobrino de una doncella de servicio de mi querida.
No ves, me dixo Apolo, que consigo No está Ledesma ahora, no ves claro Que está fuera de sí, y está conmigo? A la sombra de un mirto, al verde amparo GERONIMO DE CASTRO sesteaba, Varon de ingenio peregrino y raro. Un motete imagino que cantaba Con voz suave; yo quedé admirado De verle alli, porque en Madrid quedaba.
Amparo lo capitaneaba. Penetró airosa, vestida con bata de percal claro y pañolón de Manila de un rojo vivo que atraía la luz del gas, el rojo del trapo de los toreros. Su pañuelito de seda era del mismo color, y en la diestra sostenía un enorme ramo de flores artificiales, rosas de Bengala de sangriento matiz, sujetas con largas cintas lacre, donde se leía en letras de oro la dedicatoria.
Cuando me sintió se reclinó en el sillón, y me dijo sonriendo, con la cabeza echada atrás sobre el respaldo: ¡Que feliz soy, Luis! Era la primera vez que Amparo pronunciaba mi nombre de una manera tan familiar. Ahora recuerdo que es también la primera vez en que yo le escribo en estas memorias. En efecto, yo me llamó Luis.
Palabra del Dia
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