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Actualizado: 5 de septiembre de 2025


Era una imprudencia expresarse así a pocos pasos de aquel grupo donde estaban Roberto y Andresito, dos extraños que no podían imaginarse la verdadera situación de la casa. Por fortuna, Concha y Amparo atraían la atención de los dos; además, las niñas, a ruegos de los pollos, iban a hacer un poco de música y canto.

Deslizose Amparo entre el grupo de la buena sociedad marinedina, y se introdujo en el templo. Hacia el presbiterio se colocaban las señoritas, arrodilladas con estudio, a fin de no arrugarse los trapos de cristianar, y como tenían la cabeza baja, veíanse blanquear sus nucas, y alguna estrecha suela de elegante botita remangaba los pliegues de las faldas de seda.

Todas estas contestaciones habían sido pronunciadas con una intención maligna; comprendí que existía un misterio terrible entre aquella mujer y la pobre Amparo, y no insistí. La dejé ir. Había concebido el pensamiento de apelar a la ley para poner en claro la procedencia de Amparo. Y como si hubiese comprendido mi pensamiento, aquella mujer me arrojó al salir una insolente mirada de desafío.

«La Virgen está conmigo» pensaba Ana en el lecho, allá en Loreto, y acababa por llorar, por rezar fervorosamente y sentir sobre su cabeza las caricias de la mano invisible de Dios; pero sobrevenía un ataque nervioso, sentía la congoja de la soledad, de la frialdad ambiente, del abandono sordo y mudo, y entonces las imágenes místicas no acudían. Hacía falta un amparo visible.

El padre Ambrosio había sido atacado de una congestión cerebral, y el médico que le asistía lo participaba a Amparo. Entonces comprendí por qué Amparo había salido de casa con tal precipitación. Yo salí del mismo modo, y recorrí en algunos minutos la distancia que separaba mi casa de la del exclaustrado.

Privado de la ayuda de Amparo, el barquillero había tomado un aprendiz, hijo de una lavandera de las cercanías. Jacinto, o Chinto, tenía facciones abultadas e irregulares, piel de un moreno terroso, ojos pequeños y a flor de cara: en resumen, la fealdad tosca de un villano feudal.

Pese a su temperamento calculador y enemigo del escándalo, Baltasar cedía a la vehemente codicia del aromático veguero, hasta el punto de acompañar en público a la muchacha, si bien concretándose a aquel rincón apartado de la ciudad. Hacíalo, sin embargo, con tales restricciones, que Amparo se figuraba que lo comprometía dejándose ver a su lado.

¿Con que lo que únicamente había hecho por ella había sido darla la mano, ayudarla a salir de la precaria situación en que se encontraba? ¿Con que sólo me debía agradecimiento? ¿Con que el mayor trabajo de la obra de su transformación había sido suyo? El dinero es la piedra de toque del corazón humano. Amparo había arrancado de en medio de entre nosotros dos el dinero.

Amparo le miró con ojos donde se reflejaba la duda. ¡F....! ¡me han robado la cartera! volvió a exclamar con más energía . ¡Me han robado diez mil y pico de duros! ¡Vaya, vaya, qué guasoncillo está el tiempo! dijo Amparo ya enojada otra vez. No tuvo penetración para distinguir el susto verdadero del fingido.

Pero afortunadamente, continuó Amparo, Mustafá me ha salvado, acometiendo a aquel hombre, y dándome tiempo para escapar; es verdad que el pobre ha sufrido un horrible bastonazo, y que yo he salido del lance herida... ¡Herida! exclamé.

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