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Actualizado: 6 de noviembre de 2025


El movimiento amenazador del garrote y la mirada y la expresión de Roger indicaban claramente que iba á hacerlo como lo decía. Era en aquel momento el descendiente de los nobles Clinton, convertido en temible paladín del honor de una dama. Su corazón latía con violencia y hubiera combatido hasta la muerte, no con uno sino con diez enemigos.

Después la Condesa, más que esposa, vino a ser esclava. Un grito, una palabra dura, un gesto amenazador de su marido bastaban a aterrarla. El Conde, a más de ser celoso, era avaro, y la Condesa no podía disponer de un real sin dar estrecha cuenta de todo, justificando la inversión hasta de la más pequeña suma.

Al dar el primer paso, sentí lo que se llama vulgarmente un cale, esto es, me metieron con un fuerte golpe el sombrero de copa hasta las narices. El miedo me paralizó, y me dejé caer contra la pared. Creí escuchar risas, y un poco repuesto del susto, me saqué el sombrero. ¿Quién va? dije dando á mi voz acento formidable y amenazador. Nadie respondió.

Era el intruso, que, cansado de esperar en la antesala, se había metido audazmente en la pieza más próxima. Se indignó el marqués ante tal irrupción; y como era de carácter fácilmente agresivo, avanzó hacia él con aire amenazador. Pero el hombre, que reía de su propio atrevimiento, al ver á Torrebianca levantó los brazos, gritando: Apuesto á que no me conoces... ¿Quién soy?

El Océano es voz que habla á los lejanos astros, contesta á su movimiento en su idioma grave y solemne. Habla á la tierra, á la playa, con patético acento; dialoga con sus ecos: plañidero unas veces, amenazador otras, ruge ó suspira. Y á quien se dirige, sobre todo, es al hombre.

Entonces Tragomer, cubriendo con una mirada á su interlocutor, dijo recalcando las palabras hasta darles un tono amenazador: Dime; ¿has conocido á miss Harvey durante tu viaje á América? Sorege no levantó los ojos, siguió cerrado é impasible, pero se levantó lentamente, cogió un cigarrillo y le encendió en la chimenea, como si quisiera tomarse tiempo para reflexionar.

Todos estos americanos aceptaban con despectivo silencio el acordeón y los bailes de gallegos y de gringos, hasta que al fin cualquiera de su clase reclamaba á gritos los bailes de la tierra. Esta exigencia, hecha con tono amenazador, obligaba á retirarse á las parejas que danzaban agarradas, á estilo europeo.

Tropezaba acá y allá con las gentes, como un caballo desbocado, las lanzaba un gran trecho ó las dejaba caer y seguía corriendo. En pocos momentos llegó al alcázar. Antes de llegar á él vió á Luisa y á Inés que iban envueltas en sus mantos. Pararon un momento. ¿A dónde vais? las dijo con acento amenazador. ¡A misa...! contestó temblando Luisa. ¡A misa! ¿en día de trabajo?...

Pero pasando de la ternura a la cólera, con su vehemencia de impulsivo, se fijó en Fermín, como si hasta entonces, hablando de la fiesta, se hubiese olvidado de él. ¡Y no viniste! exclamó rojo de indignación, mirándole duramente. ¿Por qué?... Pero no hables: no mientas. Te advierto que lo todo. Y siguió hablando a Montenegro en tono amenazador.

Incorporado en la cama, pasó largas horas en horrorosa cavilación. Allí fue el amenazador levantamiento de su conciencia, allí la reyerta encarnizada entre ciertas ilusiones suyas y ciertos temores que aparecieron de improviso como enemigos emboscados acechando la ocasión.

Palabra del Dia

vengado

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