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Actualizado: 29 de mayo de 2025


Levántate a la altura de tu dignidad, abraza con resignación la vida del claustro, y dentro de algún tiempo te verás libre de ese gran peso. No, no puedo. La vida del claustro me aterra. ¿Sabes por qué? Porque tengo la seguridad de que en el convento he de amarle más, mucho más.

La misma meditación racional me infunde recelo. No quisiera yo hacer discursos para conocer a Dios, ni traer razones de amor para amarle. Quisiera alzarme de un vuelo a la contemplación esencial e íntima. ¿Quién me diese alas, como de paloma, para volar al seno del que ama mi alma?

Hay un medio, señora, de que ese sacrificio no caiga sobre vos. ¡El medio de vivir como dos amigos, como dos hermanos! Si no sois más que mi amiga ó mi hermana, podíais ver mañana á un hombre... amarle... ¡No he amado cuando era libre!... ¡y me han importunado!

El entendimiento conoce la suprema Verdad, el sumo Bien, la soberana Justicia; mas deseando penetrar su sér íntimo, y sintiéndose movido á buscarle, amarle, y adorarle, le faltan para esto luces naturales, y lo suple todo cumplidamente con las reveladas.

Don Mauricio es hombre del día; entiende sus conveniencias, y por ello respetaría las tuyas..., porque no habías de pretender nada que no fuera usual y admitido entre las mujeres de tu rango; y como no le amas ni puedes amarle, no hay que temer en ti los desencantos ni las terribles consecuencias que éstos traen en los matrimonios por amor.

Tal era el hijo del maestro herrador, Tomasuelo. Desde los diez y siete hasta los veinticinco años que ya tenía, estaba como en cautiverio agridulce. Jamás Nicolasa le dijo que le amaba de amor, y jamás le quitó la esperanza de que tal vez un día podría amarle.

En una palabra, Ruiloz iba a penetrar en el alma de Julia: si ésta procuraba la muerte de Clotilde, era señal de que seguía enamorada de Javier, o de que sin amarle era rencorosa hasta la perversidad, e indigna de ser querida; si lo contrario, demostraría primero que su corazón era incapaz de venganza, y tal vez que su amor a Javier era sentimiento extinguido.

El Conde te distingue, te aprecia, te halla linda y agradable y discreta, y por eso habla contigo. Como es muy galante, te hace doscientos mil elogios; pero de ahí al amor hay una distancia infinita. ¿Y quién te asegura que no ha salvado él esa distancia? preguntó Beatriz. Nadie me lo asegura contestó Inés ; pero yo lo supongo. En todo caso, lo mejor es que no te ame. ¿Habías de amarle? No.

Quisiera conocer a ese elegido, escogerle entre todos y, sobre todo añadí más bajo, quisiera amarle antes de casarme, pues después... tendría miedo de que no ocurriera tal cosa... ¡Dios mío! qué niñería en una cabeza de veinticinco años... gimió la abuela. ¿Comprende usted, amigo, el estado de alma de estas jóvenes instruidas y razonadoras? Puede ser dijo el notario ligeramente pensativo.

CLEOPATRA. ¡Detenedla! ¿Es posible, Verónica, que ya hayas olvidado a tu pobre marido? VERÓNICA Juro amarle eternamente al pobrecito; pero... ¿por qué no estamos con los romanos? Parecéis turbadas. ¿Qué pasa?... Si no queréis ir a buscarlos, deben venir ellos aquí. No deben ser orgullosos... CLEOPATRA. Bueno, escuchad lo que voy a proponeros, queridas amigas.

Palabra del Dia

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