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Actualizado: 6 de junio de 2025


Feijoo se arrimaba a él y le daba conversación, por lástima, animándole y procurando distraerle de su tema; pero Ramsés II, cuyo verdadero nombre era Villaamil, no tenía más consuelo que aplicar su oreja seca y amarilla a la conversación, por si escuchaba algo de crisis o de trifulca próxima que diese patas arriba con todo. Lo que él quería era que se armase gorda, pero muy gorda, a ver si...

Salomé estaba amarilla y jadeante de rencor, envidia y ansiedad. Sus labios, entreabiertos, mostraban los blancos y finísimos dientes, como si quisiera infundir miedo á su rival con aquella arma.

Pero no, en América, no; hay fiebre amarilla... Preferiría ir a China. A medida que hablaba se iba exaltando, se emborrachaba con sus propias palabras. Los pensamientos salían cada vez más incoherentes. D. Santos trató de decir algo, pero se lo impidió ella tapándole la boca con la mano. Déjame hablar, hombre. ¿Te lo quieres decir todo ? El indiano empezó a inquietarse.

Un violento prurito, parcial ó general, que no se limita á la piel, sino que ataca á las mucosas que están en contacto con ella; la piel amarilla y arrugada; las erupciones miliares y urticarias; las aftas, las ulceraciones, las erosiones en las mucosas y la piel; los dartros pruritosos, que generalmente son húmedos, exudantes, las vesículas ó el prurito, que se trasforma en dolor de escozor ó corrosion; los dolores escoriantes y quemantes en las mucosas, aquí los efectos del causticum, á los que es necesario agregar el endolorimiento de los callos y clavos, y de las várices, el desarrollo de verrugas y de inflamaciones limitadas á las estremidades de los dedos de los piés y de las manos.

Sale una muger armada, con un escudo en el brazo izquierdo, y una lancilla en la mano, que significa la GUERRA, trae consigo á la ENFERMEDAD, arrimada á una muleta, y rodeada de paños la cabeza, con una mascara amarilla, y la HAMBRE saldrá vestida con una ropa de bocací amarillo, y una mascara amarilla ó descolorida: pueden estas figuras hacellas hombres, pues llevan mascaras.

La fiebre amarilla reinaba, aunque no con violencia, y debo declarar que se condujo con nosotros de una manera bastante decorosa, pues, despreciando los sanos consejos de la experiencia, no sólo tomamos algunas frutas, sino que pasamos los tres días bebiendo licores y refrescos helados.

Caí gravemente enfermo de la fiebre amarilla, que entonces asolaba a Andalucía, y cuando me puse bueno me llevó como en procesión a oír misa a la Catedral vieja, por cuyo pavimento me hizo andar de rodillas más de una hora, y en el mismo retablo en que la oímos puso, en calidad de ex-voto, un niño de cera que yo creí mi perfecto retrato.

Vería mis esfuerzos, mi deseo de ser útil a su prole, a su provincia y a su raza, y satisfecho, se acomodaría lo mejor posible para la eterna siesta. ¡Ya, nunca más vería su panza amarilla! Y entonces me mordía el apetito de marchar, ya libre y tranquilo a gozar la alegría de mi oro, al Loreto o los boulevares, sorbiendo la miel de las flores de la civilización.

Tambien se vió la planta llamada romerillo, por ser parecido al de España en el olor y hoja; pero no se vió el tomillo, que afirman los naturales que lo hay con abundancia en los campos del S. Entre las yerbas se cria una que flor amarilla clara; y mascada, se percibe el acido muy semejante al limon. Es un específico admirable para curar las llagas, cuando proceden de calor.

Debajo percibió una mancha amarilla, el bosque de robles de la Granja. Más abajo las torrecillas anaranjadas de su casa solariega. La lluvia ha cesado. Un viento frío barre las nubes y las precipita detrás de los montes. El firmamento se despliega trasparente con el pálido azul de los días de otoño. Algunas estrellas apuntan ya como diamantes en el horizonte.

Palabra del Dia

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