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Después llamó la atención de D. Evaristo la facha de un hombre que iba por entre las mesas, el cual sujeto más bien parecía momia animada por arte de brujería. «Yo conozco esta cara se dijo Feijoo . ¡Ah! ya; es el que llamábamos Ramsés II, el pobre Villaamil que sólo necesitaba dos meses para jubilarse». Acercose tímidamente este desgraciado a Villalonga, que ya estaba levantado para marcharse; y en actitud cohibida, echando los ojos fuera del casco, le habló de algo que debía ser los maldecidos dos meses.

Llamole por su nombre verdadero Feijoo, y acercose el otro a la mesa, inclinando, para ver quién le llamaba, su cara amarilla, requemada por el sol de Cuba y Filipinas. Se reconocieron. Villaamil, invitado por su amigo, dobló su esqueleto para sentarse, y tomó café... con más leche que café... «¡Ah!, ¿buscaba usted a Juan Pablo? Pues del salto se ha ido al café de Zaragoza.

Villalonga se despidió reiterando sus buenos deseos respecto a Nicolás Rubín. «¡Eh, Jacinto, por Dios, una palabra! dijo D. Evaristo llamándole cuando ya estaba en la puerta . Por Dios y todos los santos, no me olvide usted a ese desdichado... al pobre Villaamil, a ese que llaman Ramsés II». Está recomendado en una nota de indispensables. Conque más no puedo hacer.

Feijoo se arrimaba a él y le daba conversación, por lástima, animándole y procurando distraerle de su tema; pero Ramsés II, cuyo verdadero nombre era Villaamil, no tenía más consuelo que aplicar su oreja seca y amarilla a la conversación, por si escuchaba algo de crisis o de trifulca próxima que diese patas arriba con todo. Lo que él quería era que se armase gorda, pero muy gorda, a ver si...

Mire usted que no me deja vivir... Todos los días viene tres veces. La noche que me dieron el Viático, en el momento aquel, miré para este lado y lo primero que vi fue a Ramsés II, con una vela en la mano. ¡Cómo me miraba el infeliz!... Creo que no me morí de tanto como rezó Villaamil, pidiendo a Dios que viviera. Podrá ser... No le olvidaré. Abur, abur.