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Actualizado: 14 de junio de 2025
Porque Coca, llena de temor y de amargura, tomaba ahora su asunto por el lado trágico. Antojábansele burlas las felicitaciones y personales insultos los anónimos. Lloraba en secreto y se quejaba sin cesar. Temía ser una gran culpable. La mentirilla de inventarse para su particular uso un capitán Pérez se le presentaba ahora como un verdadero crimen.
Y luego, sentándose en un sillón y señalando otro á Quevedo, le dijo con la mirada llena de amor, de embriaguez, de encantos: ¡Cenemos! ¡Oh! ¡qué feliz podía yo ser! murmuró Quevedo. Y luego, sentándose resueltamente, dijo con una voz que espantaba por su sarcasmo, por su desesperación, por su amargura, y con la mirada ardiente y fija en los ojos de doña Catalina: Cenemos.
Sin recordar la suya hacia el pobre viejo paralítico que Dios le había dado por esposo, ni pensar en que su falta había truncado la vida del conde, amenazado de morir en la soledad, sin familia que endulzara sus últimos días, hacía pesar sobre él toda la responsabilidad del delito y toda la amargura que ahora sentía al desprenderse del único placer que la acariciaba en aquella lúgubre y monótona existencia. ¡El único placer!
Aun cuando la probabilidad de que todo eso pudiera suceder fuese muy remota, era preferible sufrir mil años de vida y dejar que la desesperación hiciera el oficio de puñal, fiar en la amargura de las lágrimas más que en la ponzoña del opio, morir al cabo de un año y no matarse en un instante.
La infinita tristeza del crepúsculo en aquel sitio tan lleno de soledad, penetraba hasta lo más íntimo en el espíritu del inspector general y una honda amargura le subía a los labios: «¡Demasiado tarde! pensaba. ¡Es demasiado tarde!... ¡No se recomienza la vida cuando se quiere!...»
¡Pobre ciudad! no bastaba que hubiese sufrido los horrores del hambre y la anarquía: faltaba aun que la insultasen sus verdugos. ¿Quién vendrá ya á salvarla? ¿quién podrá ya venir siquiera á dulcificar sus postreros instantes de amargura?
Sonrió con amargura y añadió: Tengo poca suerte.... No he hecho mal a nadie, me he casado a gusto de papá, y mire usted ¡cómo se me arreglan las cosas! Señorita.... No me engañe usted también recalcó el también. Usted se ha criado en mi casa, Julián, y para mí es usted como de la familia. Aquí no cuento con otro amigo. Aconséjeme.
Si fuese un señor rico como el que había pagado todo aquello... La suntuosidad de la estancia le inspiró envidia, y la envidia amargura, porque la más abominable de las pasiones torpes lleva en sí propia su castigo. Don Quintín se mostraba resplandeciente de alegría.
He vuelto á inclinar la cabeza á meditar: ¡ay! y he sentido una amargura inmensa al observar que no eran los sentidos sino la imaginacion lo que habia puesto entre mi cuerpo y la naturaleza ese velo de la historia y la poesía. He recogido mi alma y escuchado en silencio.
Todo lo sabemos; peso se equivoca usted si piensa que aquí vamos á tolerar sus trapicheos. El corazón de Clara se llenó de amargura al oír aquellas palabras; no se pudo contener, y rompió á llorar. Las tres manifestaban horrible crueldad en martirizarla.
Palabra del Dia
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