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Actualizado: 14 de julio de 2025


¡Ya estamos solos y tranquilos! ¡Qué placer tan grande! La generala le apartó suavemente, y dejó caer la cabeza sobre el pecho. ¿No estás contenta a mi lado, Lucía? preguntó, mientras le acariciaba con ternura una mano. No. ¿Por qué? Porque te tengo miedo: porque eres un loco... y yo otra loca añadió con amargura.

He dado en pensar, cuando esto me pasa, que en esos momentos no me quieres; que no piensas en ; que me has olvidado; que soy un cadáver en tu memoria. Y esto me aflige, me acongoja, me llena de amargura. ¿Será cierto que a veces te olvidas de tu Linilla?

Aun creía la infeliz que sus ruegos podían ablandar á aquellos dos energúmenos de corazón empedernido por el hastío, la insociabilidad y la amargura de una vida claustral. Aun les suplicó: otra vez se volvió á arrodillar delante de María de la Paz, y le tomó las manos, aquellas manos nacidas sin duda para un puñal.

Bien sentía que esos eran vanos sueños, pues el único lugar en el mundo... en fin, sentí nacer en un orgullo y una amargura tales, que todo mi ser se llenó de hiel, y me desprendí con sombría aspereza de los brazos de los míos para encerrarme sola en mi dolor.

Convengo en que a primera vista esta proposición parece fea; pero, créame usted, aceptándola, evitamos mayores males. Se mudará a un barrio lejano donde no la conozcan, cambiará de nombre mientras no pueda ostentar el mío honrosamente, se guardará el mayor sigilo posible... El señor Ángel levantó sus ojos doloridos y exclamó con amargura: ¡Proponer eso a un padre, D. Laureano!

Después de vacilar un momento se contestaba con amargura, «Porque no me creerían. ¿Cómo habían de creerme y hacer caso de , si yo también he sido alborotador, cabecilla, intrigante, aventurero y hasta un poco charlatán? ¿Si he sido todo lo que condeno, cómo han de fiar de al verme condenar lo que he sido? ¿Si exploté la industria del pobre en este país, que es la conspiración, cómo han de ver en lo que realmente soy?

Ahora mismo va usted a ver los títulos.... Y sacó la llave y se dirigió al armario. Su tío le detuvo. No hace falta, chico.... ¿Para qué? Así salió, casi milagrosamente, de aquel terrible compromiso, que de otro modo hubiera producido una catástrofe. Sin embargo, la victoria le costó muchos momentos de cruel amargura, un gran desfallecimiento físico y moral que por poco le hace enfermar.

Esta vez Marta habló sin amargura, en el tono tranquilo y moderado que le era habitual, y, sin embargo, cada palabra me partía el corazón. ¡Oh, Marta! gritaba una voz dentro de . ¿Por qué me has rechazado? En eso ella soltó una risa breve y preguntó a Roberto cómo estaban en su casa, y lo que hacían mi tío y mi tía.

Entonces salí desesperado, y pensando con rabiosa amargura que aquel imbécil, al matarse, nos había muerto también a nosotros dos. Aquí termina mi novela. Ahora, ¿quiere verla? ¡María! se dirigió a una joven que pasaba del brazo. Es hora ya; son las tres. ¿Ya? ¿las tres? se volvió ella. No hubiera creído. Bueno, vamos. Un momentito.

Hecha Lucía un ovillo en la esquina del departamento, sollozaba sin amargura, con algún hipo, con vehemente llanto de niña inconsolable.

Palabra del Dia

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