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Actualizado: 3 de julio de 2025


»Este intrépido cazador, el Nemrod de la partida, era un joven de veinticuatro a veinticinco años, de cabellos y bigotes rojos, cuyas facciones, de expresión dura y altanera, hubieran sido regulares si no hubieran estado surcadas por una enorme herida que se había hecho con la rama de un árbol. »¡Por los jabalíes de estos dominios repitió, y por el que he muerto esta mañana!

Los ojos orgullosos, coronados de espesas cejas, estaban como incrustados en una frente estrecha y altanera. La boca era fina, sinuosa y como contraída con desagrado. La barbilla puntiaguda indicaba á su pesar tendencias autoritarias llevadas hasta la tiranía.

Había algo tan raro en el sonido de su voz, que no pude menos de mirarla. Sus ojos brillaban con un extraño fulgor, pero, en un momento la llama que los iluminaba se apagó y Luciana volvió a caer en la inmovilidad un poco triste y altanera que había guardado hasta entonces. Lautrec respondió: Confío esos papeles a Máximo, porque es mi amigo y el más caballero que conozco.

Para decir verdad, al ver al conde pesado y grosero, noble campesino, más campesino que noble, y a su mujer elegante, distinguida y altanera, no se adivinaba de qué lado estaba la alianza desventajosa ni cuál de los dos se había «encanallado». El señor de Candore no había heredado más que el blasón de sus abuelos y su prodigalidad.

Una altanera ciudad acababa de ofrecer la ocasión.

Todas las mañanas venía a sentarse a mi cama y conversábamos indefinidamente. Al día siguiente a las siete, entró en mi cuarto con aspecto sereno, tranquilo y con aquella encantadora sonrisa que transformaba su altanera fisonomía, y que tal vez sólo yo conocía bien. Reina díjome sin preámbulos Pablo ha pedido mi mano.

D. Pedro salió mirándonos con altanera soberbia, que nos hizo sonreír a todos menos a doña Flora, la que reprendió al inglés su deseo de sujetar a nuevas pruebas la quebrantada osamenta del héroe del Condado.

Quedose parado el Pez; reflexionó un instante. De repente su amor se deshizo en despecho y su despecho en risa. «¿Escenita?... ¿Gritar en la calle? ¡Qué ridiculez! Usted se empeña en que hagamos el oso». La ira retozaba en sus labios. Miró a Isidora con tanto enojo, que esta se turbó y creyó haber sido desconsiderada y excesivamente altanera. Después el joven abrió la puerta.

Empecemos por el águila y otras aves de rapiña y carniceras que todos los señores de la tierra han elegido como emblema, poniéndoles á veces dos cabezas, como si quisieran ellos tener dos bocas para devorar. Es hermosa ciertamente el águila cuando se planta altanera sobre peñasco inaccesible á los hombres, y más magnífica todavía cuando se cierne tranquilamente en los aires, soberana del espacio.

La niña con los ojos muy abiertos, brillantes, los pómulos colorados, estaba horas y horas recorriendo espacios que ella creaba llenos de ensueños confusos, pero iluminados por una luz difusa que centelleaba en su cerebro. Nunca pedía perdón; no lo necesitaba. Salía del encierro pensativa, altanera, callada; seguía soñando; la dieta le daba nueva fuerza para ello.

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