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Barcelona es residencia ordinaria de doce ó catorce cónsules extranjeros, y ofrece amplias facilidades al viajero. Temiendo entregarme desde muy temprano al martirio de las diligencias, tomé pasaje en el vapor «Cataluñaque iba para Hamburgo, y me dirigí á la provincia de Tarragona. Sin haber tenido amigos en Barcelona, confieso que me alejé de su animado puerto con algun pesar.

Cuando de me aleje Y á los combates vaya, En medio á la batalla Me acordaré de , Y esperaré la noche Para calmar mi anhelo, Interrogando al cielo: ¿Se acordará de ? ¡Adios! nunca me olvides, Y que tu estrella amiga Siempre á tu mente diga Que estoy pensando en : Y si en el campo caigo Por la metralla muerto, Mira ese rayo incierto Y acuérdate de . NADA DIR

Por desgracia, tengo necesidad de volver a la ciudad, donde he de permanecer algún tiempo. Será la voluntad de Dios el que yo me aleje de estos sitios; cúmplase, pues, su santa voluntad. El domingo estuvo a comer con nosotros M. Morel, distinguido dibujante y buen músico; es él quien ha trazado la mayor parte de los jardines ingleses que admira todo el mundo en los alrededores de París.

Me obstiné, y entonces, alzándose con una dignidad y una firmeza supremas, me dijo: Si no sigue usted su camino, caballero y me deja en paz, llamaré al sereno. A tal arranque tomé mi partido: arrojé la onza en la cesta de la muchacha, y me alejé. Por favor, caballero, me dijo corriendo tras de y con acento entre suplicante y colérico: usted está equivocado y tira su dinero.

Sabía que en lo sucesivo no tenía por qué temer el encontrarme con él. Marta dormía todavía. Cuando miré a la habitación por la abertura de la puerta, la vi hundida en las almohadas, con la cabeza echada hacia atrás, y una respiración corta y oprimida. Tranquilizada, me alejé para entrar inmediatamente en mis funciones de ama de casa.

Me despedí con gran precipitación de doña Flora, dejándola en poder de los guacamayos, y me alejé de allí; pero en vez de correr hacia la calle de la Verónica, mi curiosidad, mi pasión y un afán invencible me impulsaron hacia la plaza de San Felipe, olvidando a Amaranta y a doña Flora, fija el alma y la vida toda en las tres muchachas, en D. Paco, en lord Gray, en las Cortes, en los diputados y en la discusión sobre señoríos jurisdiccionales.

Ahora dijo en voz bajita y temblorosa dame un beso y escápate de prisa. Al mismo tiempo me presentaba su cándida y rosada mejilla. Yo la tomé entre las manos y la apliqué un beso... dos... tres... cuatro... todos los que pude hasta que rechinar la llave. Y me alejé á paso largo. Dejó de hablar D. Ramón. ¿Y después, qué sucedió? le pregunté con vivo interés. ¿Sin ver á Teresa? Sin ver á Teresa.

El señor Cerojo dijo con retintín un personaje muy soplado de la sección de propietarios , y los demás taberneros que le rodean, no son muy partidarios de que se aleje el río, o mejor dicho, el agua que lleva, de sus establecimientos. No me extraña.