Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !

Actualizado: 15 de mayo de 2025


Ni el brillo del salón la seducía, ni las notas del piano la alegraban, ni conseguían llamar su atención las sonrisas burlonas de las damas ni las miradas codiciosas de los caballeros.

La riqueza y el esplendor de Goa habían atraído a su seno alegres y lindas mujeres de diversos y distintos países: almeas de Egipto; cortesanas de Bética, Italia y Grecia; odaliscas de Georgia, Armenia y Persia, y bayaderas y devadasis de toda la India. Sus variados y exóticos cantares alegraban los oídos.

Este brazo secular, este permanente Josué con que el Padre Ambrosio soñaba, era el pueblo español y era su soberano: flamante pueblo de Dios y nuevo e inmortal caudillo que la providencia suscitaría a fin de que se cumpliesen sus altos designios, de todo lo cual la lozanía juvenil de todo Portugal, Aragón y Castilla era como signo precursor, era como primavera riquísima en flores, que alegraban el corazón y ya le daban en esperanza segura el venturoso y sazonado fruto.

Rió al conocer la vida amplia y abundante de Argensola. Estas noticias que le alegraban venían de un mundo que sólo estaba á cien kilómetros en línea recta, pero tan lejano... ¡tan lejano! De pronto notó el padre que le oía con menos atención. Sus sentidos, aguzados por una vida de alarmas y asechanzas, parecían apartarse de allí, atraídos por el tiroteo. Ya no eran disparos aislados.

Si usted, en otro tono más ligero, risueño y jocoso, hubiera escrito catorce sonetos, catorce veces más verdes aún, como yo soy viejo pecador, y nada tengo de misionero, respecto á la moral y á la decencia me hubiera callado; pero en punto á estética, hubiera echado á usted mi absolución, y, si los sonetos alegraban las pajarillas, hubiera concedido á usted indulgencia plenaria y hasta hubiera aplaudido.

La muchacha admiró las grandes tiendas de antigüedades y las de muebles con sus sillerías de sedas vistosas que alegraban los sombríos rincones del caserón. Isidro mostró a Feliciana un hombre obeso y cejudo que en la puerta de su tienda enseñaba unas planchas pintadas en cobre a dos señoras extranjeras. Aquel era su tío; debían pasar sin saludarlo, no creyera que iban a pedirle algo.

Era, en verdad, un acontecimiento la llegada del loco Yégof al comenzar el invierno; unos se alegraban con la esperanza de retenerle y de hacerle hablar en las tabernas de su fortuna y de su gloria; otros, sobre todo las mujeres, sentían cierta vaga inquietud, porque los locos, como se sabe, participan de las ideas de otro mundo, conocen el pasado y el porvenir y están inspirados por Dios; el secreto está en llegar a comprenderles, pues sus palabras siempre tienen dos sentidos, uno vulgar, para las gentes ordinarias, y otro profundo, para los espíritus delicados y las personas juiciosas.

Por aquella parte, las aldeanas ostentaban en canastillos de cañizo y juncos, bajo mil figuras caprichosas, la miel y la harina, la alcorza y el alfajó. Las esclavas africanas vendían las confituras y bollos, hechos con el caniamum y el ajonjo, que alegraban el espíritu, sin embriagarlo como el vino.

Algunas veces, la pobre mujer sonreía, como si ante sus ojos moribundos pasasen seductoras visiones. ¿Qué piensa usted, Micaela? preguntaba Tónica . ¿Ve usted algo? Nada, hija mía; veo el sol, que es lo único que puedo ver. Pero mentía. Veía con los oídos. Las palabras de los jóvenes, aquellos desahogos de un amor tranquilo, le alegraban, y su fantasía poblaba de imágenes las muertas retinas.

Venían de afuera muchos viajeros a ver el país: y luego escribían libros de muchas hojas, en que contaban la hermosura del palacio y el jardín, y lo de los naranjos, y lo de los peces, y lo de las rosas rojinegras; pero todos los libros decían que el ruiseñor era lo más maravilloso: y los poetas escribían versos al ruiseñor que vivía en un árbol del bosque, y cantaba a los pobres pescadores los cantos que les alegraban el corazón: hasta que el emperador vio los libros, y del contento que tenía le dio con el dedo tres vueltas a la punta de la barba, porque era mucho lo que celebraban su palacio y su jardín; pero cuando llegó adonde hablaban del ruiseñor: «¿Qué ruiseñor es éste, dijo, que yo nunca he oído hablar de él? ¡Parece que en los libros se aprende algo! ¡Y esta gente de mi palacio de porcelana, que me dice todos los días que yo no tengo nada que aprender! ¡Venga ahora mismo el mandarín mayor!» Y vino, saludando hasta el suelo, el mandarín mayor, con su túnica de seda azul celeste, de florones de oro. «¡Puh! ¡puhcontestaba el mandarín, hinchando la cabeza, a todos los que le hablaban.

Palabra del Dia

commiserit

Otros Mirando