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Actualizado: 13 de mayo de 2025


Ajustaba su airoso talle la casaca encarnada de los maestrantes de Sevilla, con sardinetas y charreteras de plata, y cruzaba su pecho, de un lado a otro, una de esas grandes bandas que se crean para premiar el mérito y fomentar la virtud, y se usan para satisfacer vanidades o adornar buenos mozos; el calzón de punto blanco ceñía la bien formada pierna, y la alta y charolada bota y el tricornio con finísimo penacho blanco completaban aquel pintoresco traje.

Cuando llegaba, después de amanecer, a los Cuatro Caminos, encontraba ya a Pepín en medio de la calle reclutando muchachos para alguna excursión a Amaniel con carácter de razzia, que ponía en alarma a los dueños de los merenderos. Maltrana, al levantarse, ajustaba sus cuentas con el padrastro, dándole lo que podía por el alquiler del cuarto.

Apenas trabajando día y noche podía juntar un par de pesetas. Mentalmente ajustaba sus cuentas: tanto en la plazuela, tanto en la tienda; no bastaba este dinero para salir de apuros, y eso que habían suprimido el café y el vino, y no comían mas que lo necesario por no perecer de hambre.

Le parecía intolerable permanecer allí mientras ella estaba sola, aislada en un cuarto de hotel, aguardando con igual impaciencia el momento de la reunión. ¡Qué amanecer el de la partida! Rafael se avergonzaba viéndose descalzo; caminando de puntillas, como un ratero, por la sala donde su madre recibía a los hortelanos y ajustaba las cuentas del cultivo.

Con esto, los nueve mil hombres de Vedel se sometieron de antemano al pacto que ajustaba su General en Jefe. Seguimos, sin embargo, sobre las armas, y las entradas de la villa continuaron custodiadas por numerosas fuerzas, que se relevaban para proporcionarnos algún descanso.

El mocetón grave, de carácter áspero, tuvo para el pequeño dulzuras y atenciones que sorprendían á la familia. Cuando el gabarrero iba á Bilbao, llevábase á Luis, dejándolo en las banquetas de los escritorios mientras ajustaba con los señores la cuenta de sus viajes.

Dormía fuera, comía también fuera, casi siempre en los cafés o en casa de alguna amiga, y doña Lupe se desazonaba juzgando con razón que semejante vida no se ajustaba a las buenas prácticas morales y económicas. De repente, el misántropo volvió al Norte, diciendo que regresaría pronto, y mientras estuvo fuera se supo la muerte de Melitona Llorente.

Doña Luz se convenció de que doña Manolita no había tenido intención de deslustrar en lo más mínimo la pureza de sus relaciones amistosas con el P. Enrique; y doña Manolita hizo por convencerse y hasta se convenció por el momento de que el P. Enrique, ni siquiera como Dante amó a Beatriz, como Petrarca amó a Laura, o como don Quijote amó a Dulcinea, era capaz de amar a doña Luz; porque, siendo él un fraile y ella una señorita muy bien educada y honestísima, tal amor, por alambicado, espiritual e incorpóreo que fuese, tenía un no qué de indecorosamente plebeyo y de grotescamente pecaminoso que con la condición de su bella y soberbia amiga se ajustaba muy mal.

El único lujo ostentoso que se veía el domingo era el de los «cipreses». Estos pintureros y pisaverdes examinaban atentamente los trajes de las señoritas. A uno de ellos muy presumido le decir, refiriéndose a una niña cuya elegancia no se ajustaba a sus cánones: «¡es cache!». El pavipollo revoleó la varita y siguió al encuentro del rey de los cipreses, de Carlitos Nuezvana.

La camisa de lienzo labrado dibujaba su ancho pecho; el calzón se ajustaba a maravilla a sus bien proporcionadas caderas; pendiente del cuello llevaba un ancho escapulario de raso bordado de lentejuelas y sedas de colores. Debajo de la montera, un pañuelo de fular azul, atado como lo hacen los paisanos, le encubría el pelo.

Palabra del Dia

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