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Actualizado: 14 de junio de 2025


Fortunata se rió un poco, y ausentándose un instante, trajo la costura. «¿Sabes? le dijo Rubín, apenas ella se sentó . Mi hermano Juan Pablo se fue a Molina a arreglar eso de la herencia de la tía Melitona. Mi tía Lupe le escribió y antes de venir a Madrid se plantó allá. Escribe diciendo que no habrá grandes dificultades». ¿De veras?, ¡vamos!... Más vale así. Como lo oyes.

Dormía fuera, comía también fuera, casi siempre en los cafés o en casa de alguna amiga, y doña Lupe se desazonaba juzgando con razón que semejante vida no se ajustaba a las buenas prácticas morales y económicas. De repente, el misántropo volvió al Norte, diciendo que regresaría pronto, y mientras estuvo fuera se supo la muerte de Melitona Llorente.

La opresión del epigastrio se le hizo más ligera, y se acabó de tranquilizar al oír esto: «La noticia no ha de afectarte mucho. ¿Para qué tanto rodeo? Tu tía doña Melitona Llorente ha pasado a mejor vida. Mira la carta en que me lo dice el señor cura de Molina de Aragón. Murió como una santa, recibió todos los Sacramentos y dejó treinta mil reales para misas».

Doña Lupe se volvió de espaldas para abrir el cajón de la cómoda y en esta postura le dijo: « y tus hermanos heredáis a Melitona, que por mis cuentas debía tener un capitalito sano de veinte o veinticinco mil duros».

Era hombre de carácter siempre que su tía no le clavase la flecha de sus ojuelos pardos y sagaces, y viose tan perdido que se apresuró a variar la conversación, preguntando a su tía cuántos años tenía doña Melitona.

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