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Actualizado: 31 de mayo de 2025


¡Querido Rafael! exclamó el duque abrazando al oficial, que era pariente suyo, y a quien tenía mucho afecto. Era este pequeño, pero de persona fina, bien formada y airosa; su cara, de las que se dice que son demasiado bonitas para hombres.

Y por último, contra lo que más se sublevaba era contra agregarse a la familia de cualquiera de sus hermanos o hermanas y hacer allí el triste papel de huésped perpetua, de tía y de acompañanta, viviendo en algo a modo de poco airosa dependencia y de mal disimulada servidumbre. Horror causaba a Poldy cualquiera de estos planes en que trazaba y representaba su porvenir.

Iba calzada con medias rayadas y zapatos bajos, mostrando en cada movimiento las enaguas muy blancas. Sin que incurriese en desvergüenza ni descaro, su figura resultaba tan gallarda y airosa como encantador era su rostro. Se presentó en escena con los ojos turbados del miedo; pero en la segunda salida, al terminar una tirada de redondillas, sonaron unos cuantos aplausos y perdió el temor.

Sencilla y elegantemente vestida, llevaba en la airosa cabeza un gracioso sombrero de paja de Italia y pendiente del brazo izquierdo un ligero canastillo de mimbre. Aquel día no eran la meditación y la contemplación de las bellezas naturales el único propósito de su paseo. Tenía otro más práctico.

Un día estaba haciendo los preparativos para zarpar, cuando recibi la visita del capitán de la goleta Dama Zuri, que me traía una carta de recomendación de mi amigo Recalde. La Dama Zuri era una goleta de tres palos, blanca como una gaviota y airosa como un cisne.

Entonces nuestro héroe pudo contemplar una figura más alta que baja, esbelta y airosa, un pecho subido y pronunciado que, digámoslo en menoscabo de su pureza, no fue lo que menos impresión le causó desde el principio. Al llegar al Ofertorio, el cura se dispuso a predicar a sus feligreses.

Á fe mía, que más entiendo yo de manejar la espada y la pica que el arco, dijo Reno, pero he llevado tantos años entre arqueros que recuerdo haber presenciado prodigios. Buenos tiradores hay aquí, pero no como algunos que recuerdo. ¿Ves aquello? preguntó Yonson al veterano, extendiendo el brazo hacia una bombarda que á no gran distancia se alzaba sobre su poco airosa cureña.

Porque don Aquiles Vargas, de suyo honradote y trabajador, de alegre carácter en corro de amigos y hasta galanteador de afición en sus horas perdidas, tenía un geniecito que no había quien le aguantara en la casa, y sólo una mujer de las condiciones apuntadas, sorda, muda y ciega, podía salir airosa de tan difícil cometido.

Esta el bruto, que es alazan roano, en corveta afianzado sobre las patas, las manos en alto y tan bien encajada sobre él la airosa figura del jinete que no se conciben más viveza en la bestia ni en el hombre más dominio.

La marquesa no se saciaba de mirar al retrato. ¡Era tan parecido; era la pintura, como de Madrazo, tan fina, tan conforme con la distinción, elegancia y gracia del original! ¡Qué admirable aquella circumpostura del cabello abundante, guarneciendo el rostro, no ciertamente muy oval, antes bien tirando a una redondez algo voluptuosa! ¡Qué palidez tan encantadora! ¡Qué armonía entre lo enfermizo y las inexplicables seducciones! ¡Y aquella mano blanca recogiendo la negra mantilla, qué airosa, qué viva en su admirable modelado!... A la madre se le escaparon en un murmullo de dolor estas palabras: «¡Pobre hija mía! ¡Pobre pecadora!».

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