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Actualizado: 13 de junio de 2025
Sin dilación alguna se dirigió nuevamente al barrio de la Viña y se detuvo delante de la casa de su antigua querida: acercóse á una reja baja que tenía, llamó con los dedos á los cristales y esperó. No tardaron en abrir. ¿Estás ahí, desaborío? Aquí estoy, limoncito verde. ¿Por qué limoncito verde? Porque eres agria para mí y veo mis esperanzas cada vez más verdes.
Entró, subió, procurando no ser sentido. Llegó á la puerta y se detuvo. Su mano tornó maquinalmente el cordón de la campanilla. Si hubiera sentido el menor rumor de disputa; si hubiera sentido la voz agria del viejo, habría llamado con todas sus fuerzas. Pero nada sintió; aplicó el oído. Un silencio sepulcral reinaba en la casa.
La llama turbia de la linterna vacila al soplo del viento de la noche. Grandes gotas de lluvia golpetean el suelo. Levanta el cerrojo y empuja la puerta, que se abre de par en par. Una densa humareda azul, de tabaco, le da en el rostro, mezclada con el olor de la cerveza agria.
Lo que la dejó amilanada fue la amenaza de hablar a su marido y a Pepe, segura de que la menor reconvención de Tirso provocaría una escena agria, quizá un rompimiento y un disgusto gravísimo. ¿Qué podía hacer ella para evitarlo? Nada. Sentía impulsos de contarlo todo al llegar a casa; pero, ¿y luego?
Ciudad de guarnición, hija mía, célebre por su riqueza y su buen gusto artístico... Los hombres son allí un poco zorros, pero serios; se puede contar con ellos... En cuanto al público, es como la sidra del país, tan pronto dulce como agria... Eso depende de los años. ¡Buen viaje, amiguita, y que sea usted exacta en los pagos.
No, no tanto como usted supone respondió el cura un tanto malicioso. Lo que estoy exponiendo en este momento son las ideas nuevas. Ahora bien, estando casi admitida la vocación al celibato, se puede decir de un modo general que toda solterona agria, malévola y malhumorada es una solterona involuntaria.
Los segundos se sucedían unos a otros con la lentitud de los siglos, cuando de repente Hexe-Baizel comenzó a decir con agria voz: ¡Está loca!
D. Félix acató tal consejo y decidió no volver á Asturias hasta el verano siguiente. Pocos días después de su partida D.ª Beatriz emprendió el camino de Entralgo. La cuesta de Canzana es agria. La dama, sometida desde hacía largos años á una clausura casi completa, la sube con trabajo. A menudo se detiene y derrama una mirada por el valle que se extiende á sus pies.
El amigo de los botones de áncora iba a responder, cuando un rumor, al principio lejano y en seguida más próximo, lo impidió; se distinguía una voz de hombre tímida y suplicante, y una voz de mujer agria y regañona. ¡Grandísimo embustero, te voy a confundir! dijo ella al entrar, con las ropas en desorden y arrastrando a un jovencito de unos quince años.
Los escritores distinguen casi siempre entre el hombre privado y el hombre público; esto es muy bueno en la mayor parte de los casos, porque de otra suerte la polémica periodística, ya demasiado agria y descompuesta, se convirtiera bien pronto en un lodazal donde se revolvieran inmundicias intolerables; pero esto no quita que la vida privada de un hombre no sirva muy bien para conjeturar sobre su conducta en los destinos públicos.
Palabra del Dia
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