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Actualizado: 12 de octubre de 2025
Más allá de aquellos muros estaba el mundo; pero no se le veía, no se le sentía; parábase respetuoso y aburrido ante aquel monumento del pasado, hermosa sepultura en cuyo interior nada excitaba su curiosidad. ¿Quién podía suponer que él estaba allí...? Aquella verruga de siete siglos, formada por poderes políticos que murieron y por una fe agonizante, sería su último refugio.
Y el cura Cañete, próximo a tener un suplemento de doscientos pesos, entró contoneándose al número 70 de la calle de Paraná, acompañado de aquel cuya oratoria había vencido su voluntad. El número 70 era un cuartujo de mala muerte. El cura, al penetrar, no encontró sino un miserable catre en un rincón y en él, agonizante, un hombre ya de edad.
Hauptmann, más cruel que Catulo, no se contenta con desterrar el milagro de la vida real, sino que le destierra también de la poesía, ó le trueca en pesadilla de agonizante.
A la derecha, en la prolongación de aquella cuadra lóbrega, un sicario manchado de sangre daba garrote a las aves. Retorcía los pescuezos con esa presteza y donaire que da el hábito, y apenas soltaba una víctima y la entregaba agonizante a las desplumadoras, cogía otra para hacerle la misma caricia.
El día, agonizante, suspiraba quizá por la luz pura que, al sonreirme amante, derramaba en mi pecho palpitante de tu mirada intensa la ternura... ¡Perdóname, bien mío! Todo, menos tu faz y mi alegría, tornábase sombrío: calló la alondra, adormecióse el río, bajó al abismo el sol, expiró el día...
Todavía iba a preguntar ¿por qué te reiste como un demonio cuando Fernando me engañó? Pero sin hacer aquella última interrogación se levantó solícita y atenta, porque había crujido la hoja del jergón bajo el cuerpo trémulo del agonizante.
Por extraño que parezca, yo no podía creer que se ocuparían de esa pobre mujer, o de su hijo deforme y moribundo. Las vísperas terminaron. Las figuras obscuras que habían estado en oración, se levantaron, atravesaron el piso de mármol hasta la puerta y desaparecieron, mientras las luces eran rápidamente apagadas. La mujer, con su hijo agonizante, quedó perdida en medio de las tinieblas.
Sentí, por la primera vez, que brotaba de todas partes una atmósfera de soledad y separación del resto del mundo; un ambiente de misterio, esencia viviente de lo que es aquel lugar, fácil de destruir ¡ay! pero que todas las cosas la exhalan aún porque están impregnadas de él: ciertamente, es el alma agonizante de la en un tiempo brillante Toscana.
Buscaba impresión lejana de ellas, en la fisonomía de aquel agonizante secular, sobre sus grandes rasgos cuyo pálido relieve se dibujaba en la sombra, como el de una máscara de yeso, y sólo veía en ellos la gravedad y el reposo prematuros de la tumba. Por intervalos me aproximaba á la cabecera, para asegurarme si el soplo vital movía aún aquel pecho destruido.
Como yo aun tardaría en llegar, el señor de Seligny no quiso perder ni un momento y partió solo a ver al agonizante que, en efecto, parecía expirar, pero, la exclamación involuntaria del señor de Seligny, espantado, que profirió involuntariamente el nombre de Maugis al reconocerle, pareció despertarle por un instante del sueño de la muerte. «¡Maugis! dijo el infeliz moviendo la cabeza con esfuerzo ; ¡que Dios me perdone!...» «¡Ay!... ¿podrá perdonarle?...»
Palabra del Dia
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