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Actualizado: 6 de mayo de 2025
Más allá de aquellos muros estaba el mundo; pero no se le veía, no se le sentía; parábase respetuoso y aburrido ante aquel monumento del pasado, hermosa sepultura en cuyo interior nada excitaba su curiosidad. ¿Quién podía suponer que él estaba allí...? Aquella verruga de siete siglos, formada por poderes políticos que murieron y por una fe agonizante, sería su último refugio.
Gesticulaba en medio de la habitación, iba de un lado para otro, parábase delante de los esposos sin ninguna muestra de respeto, daba rápidas vueltas sobre un tacón y tenía todas las trazas de un hombre completamente irresponsable de lo que dice y hace. El criado estaba en la puerta riendo, esperando que sus amos le mandasen poner a aquel adefesio en la calle.
A la misma puerta del templo parábase de cuando en cuando una berlina blasonada, y lentamente se apeaba de ella una dama; cuanto más poderosa menos engalanada, mostrando en los ojos la soñolencia que deja el trasnochar, y en el rostro marchito las huellas ardorosas de la atmósfera de las fiestas.
Aguijoneado por la impaciencia se desembozaba frecuentemente para mirar el reloj; y pareciéndole que las manecillas estaban inmóviles, se lo aplicaba al oído. De pronto se detenía, y volviendo pies atrás, desandaba parte de lo andado; parábase de nuevo, ávido de oír el acercarse de algún coche..., y nada.
La gente parábase entre asombrada y curiosa, el cochero reía abriendo sus quijadas de a palmo, y el vejete, cabizbajo, como si todo aquello no rezase con él, escurríase discretamente entre el gentío. Era que la amazona de la huerta, al sentir el primer pellizco del viejo pirata, había contestado con una bofetada, contenta en el fondo de que alguien pusiera a prueba su virtud.
Después de mucho andar, parábase en una esquina, miraba con azoramiento á una parte y otra, y vuelta á correr calle adelante, con paso inglés tras de su víctima. Al compás de la marcha, sonaba en la pierna derecha el retintín de las monedas.... Grandes eran su impaciencia y desazón por no encontrar aquella noche lo que otras le salía tan á menudo al paso, molestándole y aburriéndole.
En tanto la reyna repetia con tal freqüencia el nombre de Zadig; colorábanse de manera sus mexillas al pronunciarle; quando le hablaba delante del rey, estaba unas veces tan animada y otras tan confusa; parábase tan pensativa quando se iba, que turbado el rey creyó todo quanto vía, y se figuró lo que no vía.
Palabra del Dia
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