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Actualizado: 5 de mayo de 2025
Abajo era día de cuentas. Muy a menudo se las tomaba doña Paula al buen Froilán Zapico, el propietario de La Cruz Roja ante el público y el derecho mercantil. Froilán era un esclavo blanco de doña Paula; a ella se lo debía todo, hasta el no haber ido a presidio; le tenía agarrado, como ella decía, por todas partes y por eso le dejaba figurar como dueño del comercio, sin miedo de una traición. Le llamaba de tú y muchas veces animal y pillastre.
Con la mano izquierda había Juanita agarrado a don Andrés por el pescuezo para que no levantase la cabeza, y con la mano derecha tenía asido su siniestro brazo. Juanita estaba así tan guapa, que se parecía, aunque sin alas, al propio arcángel San Miguel dando una soba al diablo. Don Andrés la contemplaba con tal embeleso, que apenas sentía enojo de verse vencido.
El caballo, espantado, saltó la valla; una flecha silba a mi lado; después, una piedra me da en el hombro, otra en los riñones, otra hace blanco en el anca del animal, y otra más gruesa, me rasga la oreja. Agarrado desesperadamente a las crines, arqueado, con la sangre goteando de la oreja, galopé en una carrera furiosa, a lo largo de una calle negra.
En aquel momento de angustia, Morsamor cayó en el agua y pensó salvarse nadando, pero pronto sintió un peso que le oprimía, que le estorbaba nadar y que fatalmente iba a ahogarle. Despavorida donna Olimpia, pálida por el miedo de la muerte, frenética de terror y de funesto cariño, se había agarrado a Miguel de Zuheros, ciñéndole y estrechándole entre sus brazos.
¡No es nada! gritó el capitán echando medio cuerpo fuera del puente para ver mejor el casco de su buque . Un cañonazo en la popa. ¡Firme, Tòni!... El segundo, agarrado á la rueda, volvía la cabeza de vez en cuando para apreciar la distancia que les separaba del submarino.
Aresti sonrió con lástima, ante aquel espíritu comercial, que examinaba la vida futura con el mismo egoísmo que si apreciase las probabilidades de un negocio. Ahora sí que le decía adiós para siempre. Su primo estaba bien agarrado, por el egoísmo y el miedo á la muerte, las dos flaquezas de los felices. Debías quedarte aquí, Luis: venir alguna vez.
Y el caballo blanco, el rojo, el negro y el pálido los aplastaban con indiferencia bajo sus herraduras implacables: el atleta oía el crujido de sus costillajes rotos, el niño agonizaba agarrado al pecho maternal, el viejo cerraba para siempre los párpados con un gemido infantil.
Agarrado con irresistible presión como siempre a sus ideas, su marido no quiso escucharla, oponiendo a todas sus razones una actitud altiva y desdeñosa. Comió poco y estuvo sombrío y silencioso mientras duró la cena. Cuando habían llegado a los postres sonó el timbre de la puerta. El criado fue a abrir y entró después sin decir nada. ¿Quién llamaba?
El atún estaba bien agarrado y tiraba del sólido gancho, deteniendo la barca, haciéndola danzar locamente sobre las olas. El agua parecía hervir; subían a la superficie espumas y burbujas en turbio remolino, cual si en la profundidad se desarrollase una lucha de gigantes, y de pronto la barca, como agarrada por oculta mano, se acostó, invadiendo el agua hasta la mitad de la cubierta.
Acompaña al hombre desde el nacimiento y no lo abandona ni aun después de depositarlo en la tumba. Lo conserva agarrado por el alma y le hace peregrinear por el espacio, pasándolo de destino en destino, ascendiéndolo camino del cielo, con arreglo a los sacrificios que se imponen sus sucesores en beneficio de la Iglesia. Mayor y más completo despotismo no lo imaginó ningún tirano. Era mediodía.
Palabra del Dia
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