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Actualizado: 19 de mayo de 2025
¡Qué bruto eres, Agapo! dijo Quilito sentándose de nuevo en el caño, para acabar de desorientar al tío; ¿qué te has figurado entonces? ¿qué iba a darme un baño a estas horas? tienes razón: un regaño del viejo me ha puesto así... chocheces y niñadas, por una y otra parte. Y punto final.
Pasaba largo rato; se oía el manoteo del piano en la sala; Agapo pensaba que serían sus sobrinas, Susana y Angela. La puerta volvía a abrirse y el criado entregaba un billete al atorrante, con este recado: Dice el señor que no venga usted con tanta frecuencia. Si no he vuelto desde el mes pasado... pero diga usted al señor que no le incomodaré más.
Repitió con energía, que lo dicho, dicho estaba: que él no podía volver a su casa, por razones que al tío no le importaban un bledo, pero que si le dejaba marchar en paz, le prometía ser todo lo juicioso posible... Si no vas a tu casa, muchacho, ¿a dónde vas? A tomar el fresco... Agapo le vigilaba, y vió que se sonreía, que parecía tranquilo...
Eso sí saltó misia Casilda, siempre he dicho yo que eres lo mejorcito de esa familia; sólo que te dió por no querer trabajar... ¡y ahí tienes! Agapo se encogió de hombros.
Hacía muy poco que habían dado las tres y media, cuando ella, metida entre sábanas, oyó abrir la puerta de calle, con cautela de malhechor, y pasos apagados en el patio: era el niño que entraba. ¡A las tres y treinta y cinco de la mañana! Si todos hacen lo mismo, señora se atrevió a decir Agapo.
¿Y por qué has de dármelo, ajo? ¿para pagarme el porte de la carta? no me da la gana: yo te he servido siempre, pues es mi deber de tío, y de tío que te quiere, Quilito; tú y los tuyos habéis compadecido y tratado bien a Agapo: no os habéis burlado de su desgracia, ni avergonzado de su parentesco, como los otros.
Debía haber ocurrido algo muy grave, muy grave, para un rompimiento tan completo, tan definitivo, que parecía ser eterno; porque ella, desde que abrió los ojos, recordaba haber visto siempre las cosas así. ¿Sabes, Agapo, cuál ha sido la causa?
Se veían, pues, pero no podían hablarse. La primera carta que trajo Agapo del audaz chiquillo, no quiso Susana recibirla; encendida de rubor, dijo que no era decoroso que una señorita se carteara con ningún hombre, aunque éste fuera su primo.
Sí, pero Agapo no sabía la razón, él no había de preguntárselo. ¡Quién sabe las penas que sufriría la pobre tía! ¡si ella, pudiera! ¡cómo no consolarla, si le era tan simpática! Entonces, la idea del cisma que la separaba de aquella familia hacía nublar su dulce mirada.
El Palacio de Gobierno erguía su fachada churrigueresca, del otro lado de la plaza, también obscuro y silencioso, como la Bolsa. Al pasar, Agapo le mostró los puños.
Palabra del Dia
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