Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 19 de junio de 2025
El atorrante metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó la carta. Y para el tío Agapo, para el pobrecito tío, ¿no hay nada hoy? dijo presentándola, con el aire de un niño que pide un juguete.
Don Pablo Aquiles sorprendióla con los ojos hinchados, pero ella alegó que era a causa del insomnio, y cuando vino Agapo, como solía, la encontró abatidísima y sin ánimos para cambiar una palabra siquiera; don Pablo se amilanó con esto, porque, a la verdad, en la casa se notaba algo, que no se sabía explicar, se sentía venir algo, muy malo, muy malo, ¿qué cosa? se ignoraba.
No quería él que se supiera el cercano parentesco de Agapo el atorrante con el rico bolsista don Bernardino, por vergüenza de su propia situación; conservaba hondo rencor contra su hermano, a quien acusaba de haberle abandonado y hasta empujado al vicio para librarse de él, y no le socorría como debiera, ahora que era dueño de cuantiosa fortuna.
Hasta Agapo no habían llegado aún esas ideas de socialismo, anarquismo y nihilismo que corren por ahí, haciendo temblar las carnes de todo el que tiene algo que perder, pero él poseía su credo, que era éste: vivir a costa del prójimo, pedir al vecino lo que falte en casa y no trabajar sino en provecho propio, dando quehacer a las mandíbulas; que, al fin y al cabo, todos somos iguales: el estómago del rico, no se diferencia del pobre, y no es justo que mientras aquél engulle y se regala, sean para éste todos los días de cuaresma.
Y como el dinero allí no era posible hallarle, ni con candil, Agapo desaparecía por meses enteros, sin dejar rastros; ya se le daba por muerto, cuando otra vez volvía, para escurrirse al día siguiente, sordo a las amonestaciones de su hermano mayor y a los ruegos de Pilar, y aun a los golpes de ambos, entregado a la vagancia y a todos los vicios que ella engendra, sin reconocer más ley que su santa voluntad.
El idilio tuvo su lógico desenlace, y digo lógico, porque así debieran concluir todos los idilios: hubo, pues, nueva boda en la casa, la que fué solemniza con algo más de ruido y su poquito de música, en reunión de íntimos; fiesta, que vino a aguar, a última hora, la aparición del perdido de Agapo, que después de una jira de recreo por los fortines de la frontera, llegaba descalzo y muerto de hambre, a recoger las migajas del banquete.
Tales son los antecedentes que he conseguido reunir, acerca de las familias de Vargas y Esteven. Agapo no era, así como así, un tipo cualquiera, sino, un atorrante de raza, que había seguido la carrera por sus pasos contados, y conquistado el título a fuerza de contracción y desvelo, favorecido, es verdad, por su vocación a tan honroso oficio y sus excepcionales facultades.
¿Aquí? chilló la señora; se te ha dicho que no pases de la puerta, ¡y tú lo consientes, Susana! El no tiene la culpa, naturalmente. ¡Si Bernardino estuviera en casa, él te ajustaría las cuentas, vagabundo! Agapo, sin decir palabra, embistió al hueco que dejaba libre la corpulencia de misia Gregoria en la puerta, y salió al vestíbulo, empujando a la cuñada sin miramientos.
¿Está Quilito? preguntó Agapo tímidamente. Debe estar en su cuarto contestó la señora. ¡Había subido más enfurruñado! dando portazos y diciendo que iba a hacer y acontecer, con las palabritas escogidas de uso diario.
No conocía Agapo lo demás, porque nunca le habían dejado pasar de allí, pues podía manchar las alfombras con sus patas embarradas o ensuciar la seda de los muebles con sus ropas grasientas; se sentaba humildemente en la escalera, después de tocar el timbre. El criado salía, le miraba de pies a cabeza y desaparecía, cerrando la puerta.
Palabra del Dia
Otros Mirando