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¡Oh! ¿Y no se le ocurrió a usted la contestación a tan atrevido y antipatriótico aserto? preguntó con énfasis el diplomático. Yo le dije que aquí pensábamos arreglar todas esas cosas, y quitar la Santa Inquisición, y los diezmos, y los mayorazgos, como me decía el Sr. de Santorcaz. Doña María aferró sus manos a los brazos de la silla como si quisiera estrujar la madera entre sus dedos.

D. Diego de Ulloa de la Chica, presbítero y fraile carmelita que vivía ya en Sevilla en 1590, fué expulsado de la orden por su mala conducta, en la que, lejos de enmendarse, se aferró más y más, llegando hasta el punto de que, impulsado por el robo, asesinó en 1622 á un vecino del Arquillo Las Roelas, llamado don Juan González, el cual era sacerdote y capellán de la parroquia de San Lorenzo.

Os ruego ordenéis á los soldados que se tiendan sobre cubierta y permanezcan inmóviles, dijo el capitán. Dentro de pocos minutos estaremos salvados ó habrá llegado nuestra última hora. Arqueros y hombres de armas obedecieron prontamente. Golvín se aferró al timón y miró fijamente á proa, por debajo de la hinchada vela mayor. Los dos jefes, inmóviles á popa, contemplaban también la temida barra.

Imaginó que entre Julia y Javier había algo y que por encubrirlo fingían: luego creyó que si entonces no estaban unidos por afecto culpable, acaso lo habrían estado tiempo atrás, sustituyendo después el rencor a la pasión: por último, se aferró a la idea de que la aversión que les separaba obedecía a sentimientos de índole opuesta, porque él mostraba bajeza y apocamiento ante Julia, y ésta, por el contrario, le miraba entre despreciativa y soberbia.

Y al decir esto el bufón saltó, se aferró al sargento mayor y le dió una puñalada en el pecho. Don Juan de Guzmán dió un grito, vaciló y cayó. Luego el bufón vió que doña Ana corría á una puerta, y la asió de una mano. Doña Ana cayó de rodillas creyendo llegada su última hora.

¡Jesús, María y José!, ¡qué horror! exclamó mi ama . ¿Y se salvaron? Nos salvamos cuarenta en la falúa y seis o siete en el chinchorro: éstos recogieron al segundo del San Hermenegildo. José Débora se aferró a un pedazo de palo y arribó más muerto que vivo a las playas de Marruecos. Los demás... y en ella cabe mucha gente.

Pues no hay más que nombrar á Gofredo, Calvino, el Payo, Nelson, que antes de caer para no levantarse más se aferró á un gran señor francés y le cortó la cabeza á cercén. Mejores arqueros no los he visto en mi pícara vida. ¡Pero la batalla, Simón, la batalla! gritaron muchos. ¡Cuenta, cuenta! ¡Á callar se ha dicho, moscones! berreó el sargento. "¡Cuenta, Simón!"

En cuanto llegaron a la calle del Baluarte amotináronse, empeñándose en que D. Paco las había de llevar a las Cortes, porque tenían gran curiosidad, sed devoradora de ver tan bonito espectáculo; gruñó el pobre preceptor, chillaron ellas, se aferró él al programa que le trazara su ama, rebeláronse las chicas, negándose a ir a la muralla, y luego le acribillaron a pellizcos y alfilerazos.

El furor del señor Pérez no tuvo límites; se aferró con violencia a la reja; vanos esfuerzos, porque el gitano estaba al abrigo de su cólera. Ya lo sospechaba. ¡Y no será ahorcado más que una vez! aullaba el infortunado corregidor sin soltarse de la reja.

La muchacha, en su anhelo de ver las Cortes, no se cuidaba de la pérdida de sus compañeras. Suban ustedes a la tribuna pública dijo D. Paco y aguárdenme allí, que voy a preguntar a los porteros. Presentación se aferró a mi brazo, y lejos de hacer peso en él, parecía que me impulsaba y aligeraba, según era su impaciencia y afán de subir pronto.