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Pero Tono no le dejó acabar. ¡Gallina! ¡Morral! ¿Y para contarle todo aquello iban vagando por las calles? Ahora mismo le rompía la cara. El Menut se hizo atrás para evitar el golpe. También él mostró deseos de agarrarse allí mismo; pero se contuvo viendo una tartana que se aproximaba lentamente, balanceándose sobre los baches de la ronda y con su conductor todavía adormecido.

Consigno un recuerdo al lindo pueblo de Macuto, situado a un cuarto de hora de la Guayra, perdido entre árboles colosales, adormecido al rumor de un arroyo cristalino que baja de la montaña inmediata. Es un sitio de recreo, donde las familias de Caracas van a tomar baños, pero no tiene más atractivo que su belleza natural.

Caminábamos al paso de nuestras cabalgaduras; muchas veces parecía que se olvidaba él que yo le acompañaba, para seguir como adormecido el monótono andar de su caballo escuchando el golpeteo de las herraduras sobre los cantos rodados de la costa.

La señora Aubry y María Teresa muy inquietas no salieron más de la habitación de su querido enfermo; pero en la noche del segundo día, cuando se hallaba adormecido, María Teresa aprovechó este instante para ir a buscar un libro. Atravesó el gabinete de trabajo de su padre y entró en la biblioteca. Mientras examinaba los volúmenes oyó abrir la puerta del gabinete. El criado introducía a alguien.

Afortunadamente, la proximidad de la tierra iba a desvanecer esta embriaguez voluptuosa del Océano que le había mantenido en amable inconsciencia. El recuerdo de Teri, adormecido durante el viaje, resurgía más vigoroso, con mayor relieve, abultado por la luz exageradora del remordimiento. Y este remordimiento parecía añadir un nuevo incentivo a su amor.

Sonaban penosos ronquidos, respiraciones jadeantes, cortando con su estertor animal el augusto silencio de la tarde. Parecía recogerse el mar, adormecido igualmente, sin otro rumor que el del roce de sus espumas en los flancos del navío. Un crujir de pasos sobre la madera hacía entreabrir algunos ojos, que tornaban a cerrarse apenas se alejaba el paseante importuno.

La Naturaleza parecía asociarse a su felicidad; las hojas, mecidas por suaves brisas murmuraban en la noche; vapores argentinos flotaban sobre el jardín adormecido, y, con sus rayos, la luna acariciaba las flores que, desfallecidas, exhalaban su perfume. Fue aquel un momento de embriaguez. Pero Juan sintió bien pronto desvanecerse su dicha.

Le era imposible, según todo lo que veía y oía, identificar su antigua fe con la religión de Raveloe. Si hubiera sido capaz de ello en lo pasado, hubiese sido bajo la influencia de un sentimiento intenso, pronto a vibrar con simpatía antes que por medio de una comparación de frases y de ideas; pero ahora, desde hacía ya muchos años, aquel sentimiento se había adormecido.

Uno de esos vapores del Támesis pasa por junto al Leviatan como una inquieta hormiga por el pié de un elefante inmoble y adormecido. Tal es la proporcion. Sinembargo, temo que ese navío se reduzca á ser en los mares lo que el Tunnel en la tierra: un monumento de fuerza y perseverancia, tal vez inútil por su excesiva grandeza, aunque siempre glorioso. El Jardín Botánico; el Zoológico.

Representaba la revolución no sólo política, sino social y económica; era el enemigo de todo lo existente; sus teorías causaban profunda irritación como una música nueva e incomprensible que alterase el oído adormecido. Pero se le escuchaba con respeto, con la veneración que inspiraban sus años y su historia irreprochable.