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Actualizado: 24 de octubre de 2025


Ellas, ceñidas por estrechos trajes que oprimen hasta modelar las formas, con sus largas faldas prendidas de flores y de blondas, con sus diademas de pedrería en la frente, la belleza impresa en el semblante y la alegría en las miradas, recibían el homenaje de rebuscadas frases, no siempre franco, con que sus adoradores trataban de rendirlas.

En el bullicio de la capital volvíase huraño, receloso y triste por la necesidad de defender su amor. Adivinaba el asedio oculto de los innumerables adoradores de Leonora. Una mañana saltó la artista de su lecho para ver al conde tendido en un diván, pálido, con la camisa ensangrentada, rodeado de varios señores vestidos de negro, que acababan de bajarle de un carruaje.

El lago estaba en aquellos momentos absolutamente desierto, y nosotros, á pesar de los aires nacionales que silbaba de tiempo en tiempo el humilde batelero, íbamos completamente entregados á la suprema delicia de la contemplacion de la naturaleza, á cuyo poema se mezclaban los silenciosos himnos del amor y los recuerdos de la patria, esa dulce querida que no tiene sexo para sus adoradores.

Las burguesas de exuberantes carnes y respiración angustiosa dejábanse caer en los mullidos sillones, fatigadas por tan largo plantón, mientras las niñas correteaban o volvían como distraídas a los balcones, para ver si en la obscura plaza, perfumada de incienso, permanecía aún el grupito de adoradores.

En otro tiempo, las tribus errantes en las mesetas de Persia veían surgir siempre al anochecer una montaña entre las polvorientas llanuras: era el monte Telesmo, el divino «Talismán» que seguía á sus adoradores en sus peregrinaciones por el mundo.

En las tertulias, en los bailes, en las excursiones campestres no le faltarían a la sobrina adoradores; los muchachos de la aristocracia eran casi todos libertinos más o menos disimulados; les atraería la hermosura de Ana, pero no se casarían con ella.

Por algo habían florecido en las islas mediterráneas los pueblos adoradores de Afrodita, que hicieron vibrar todas las cuerdas del arpa de la voluptuosidad; por algo se habían elevado en las costas las blancas columnatas de los santuarios de amor, con sus rebaños de cortesanas sagradas; por algo los poetas sacerdotales habían hecho nacer a Venus de la espuma de las olas.

Anita, que es muy lista, bien lo nota y se ríe de ellos; si no los despide de una vez es porque a todas las mujeres, hasta las más sensatas, les gusta tener una corte de adoradores... aunque sean unos tontos, ¿sabes?... Pero ya se irán cansando... ¿Has reparado los pantalones de don Ladislao el catedrático?... lo mismo que unas sayas... Anita y yo nos mirábamos y apenas podíamos contener la risa; ¡pobre señor!... El coronel no es feo, pero tampoco sabe llevar con gusto nada... ni las patillas

Deseaban llegar cuanto antes á la vista de la torre Eiffel, entrar victoriosos en la ciudad, para saciarse de las privaciones y fatigas de un mes de campaña. Eran adoradores de la gloria militar, consideraban la guerra necesaria para la vida, y sin embargo se lamentaban de los sufrimientos que les proporcionaba. El conde exhaló una queja de artista.

Muchas veces el impulso era demasiado rudo; chocaban las cabezas de los niños con sordo ruido, aplastábanse las tiernas narices contra los pliegues del metálico hábito, pero el fervor de la muchedumbre parecía contagiar a los pequeños; eran los futuros adoradores del fraile moro, y rascándose los chichones con las tiernas manecitas, se tragaban las lágrimas y volvían a adherirse a las faldas de sus madres.

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