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Actualizado: 11 de mayo de 2025


En la obscuridad deslizábanse las manchas negras de algunos manteos camino de la sacristía, deteniéndose con grandes genuflexiones ante cada imagen; y a lo lejos, invisible en la obscuridad, adivinábase al campanero, como un duende incansable, por el ruido de sus llaves y el chirriar de las puertas que iba abriendo. Despertaba el templo.

La familia tomó el café pensativa y silenciosa. Miguel se puso a jugar con sus sobrinitas, las niñas de Eulalia. D. Bernardo se levantó al fin de la mesa, encendiendo un cigarro habano. Aunque su continente era frío y grave, como siempre, adivinábase que no estaba de buen humor: el negocio del café le había excitado un poco la bilis.

Una noche, al salir Nogueras del Teatro de Apolo, dio con él en la acera de la calle de Sevilla. Iba borracho, más sucio y abandonado que otras veces. Adivinábase en las arrugas de su abrigo y en el abandono de sus ropas que dormía sin desnudarse, allí donde se lo permitían los accidentes de su existencia vagabunda.

Le presentó Artegui en silencio el brazo, y ella, dudosa al pronto, aceptó por fin, caminando ambos automáticamente en dirección al hotel. La mañana, un tanto encapotada, prometía temperatura menos cálida y más grata que la de la víspera. Corría regalado fresquecillo, y tras del celaje brumoso adivinábase la sonrisa del sol, como suele columbrarse el amor al través del enojo.

Sus crenchas cortas aparecían rizadas; acababa de vestirse un traje nuevo; se movía con menudos pasos empinada sobre altos tacones; adivinábase en toda ella una preocupación por embellecerse y agradar. Su rostro, bajo una capa reciente de polvos, parecía alargado, con leves oquedades en las mejillas, rastros sin duda de emociones debilitantes. Un círculo de sombra orlaba sus ojos, agrandándolos.

Bastante le pesaba en ciertos momentos el silencio de ella; su prudencia extraña que jamás le permitió hacer la más leve alusión al pasado, mientras que en su mirada fría y en la entereza con que abominaba de las locuras del amor adivinábase el recuerdo tenaz de aquella aventura que todos habían querido ocultar y que turbó profundamente los preparativos de tu matrimonio.

El capitán se movía con hostil nerviosidad, protestando de la tardanza del cochero. Adivinábase que los hermanos acababan de sostener una discusión violenta. El mayor miró a su hija, miró a Jaime, y pareció serenarse al adivinar que los dos se habían entendido. Don Benito y Catalina les acompañaron hasta el carruaje. El asmático cogió una mano de Febrer entre las suyas con vehemente apretón.

El Padre Ministro de la Casa de Novicios de la Compañía de Jesús en Espadal era pequeñín, de rostro colorado, cabello blanco y expresión risueña. Decíase que en su juventud tuvo trato con las Musas, pero si tal fué el caso, ningún resabio de ello adivinábase en el Padre Hurtado.

Me siento sin fuerzas. Además, estoy algo borracho. ¿No me lo conoces?... Por fin, una mañana se mostró resuelto: quería verla. Adivinábase cierta preparación en su aseo exterior, como si acudiese a una entrevista amorosa. Iba recién afeitado; ocultaba algo bajo las aletas del macferlán, que parecía menos viejo después de unos cuantos pases de cepillo.

Adivinábase la presencia de una muchedumbre bajo la mortaja de sombras. Salvatierra, al llegar al centro de la mísera habitación pudo ver mejor.

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