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Actualizado: 25 de junio de 2025
¡Amigas! las cuatro; si no estamos de vuelta para las oraciones, daremos que hablar dijo levantándose la más alta de estas vírgenes locas, muchacha de nariz aguileña y maneras resueltas que revelaban a la inteligente directora del cotarro. ¿Tienes los libros, Adelaida? Adelaida enseñó debajo de su impermeable tres libros de no muy santa apariencia. ¿Y las provisiones, Carolina?
Era un hombre envuelto en una hermosa capa de piel de foca, cubierta la cabeza por una gorra de la misma piel, y con la cara medio tapada por una bufanda también de pieles, dejaba ver solamente unos largos bigotes y dos ojos negros de gran viveza. Es un hijo del viejo San Nicolás dijo en voz baja Adelaida.
Yo no te había dado sobre el origen de Adela más que informes imperfectos, recogidos del vulgo. La señora Adelaida me había dicho algo más, pero no lo suficiente para satisfacer mi curiosidad, que, por otra parte, temo mostrar demasiado abiertamente.
Ya había perdido de vista a esa joven, que no tiene más de veinte años, y que era aún una niña cuando yo salí de aquí, pero conservaba el respetuoso recuerdo de su tía Adelaida, la priora, mujer de un espíritu sensato y de la mayor virtud, que me dio lecciones en mi tierna juventud, y a la cual, quizá, debo este fondo de piedad, que si no me ha preservado de muchos errores, al menos me ha consolado en no pocos reveses.
Hizo, pues, el rey Buby, con mucha gracia, sus corteses ofrecimientos de despedida, y la Ratona Pérez, en un arranque de cordialidad un poco burguesa, plantóle en cada mejilla un sonoro beso. Adelaida le tendió una pata con cierto aire sentimental, que parecía decir: ¡Hasta el cielo!
¿Qué es lo que querrá? preguntó Carolina con curiosidad cada vez más acentuada. Pregúntaselo dijo Catalina en tono despreocupado. Quizá poner en el colegio a sus cinco hijas. Tal vez quiera perfeccionar la educación de su mujer y ponerla en guardia contra nosotras. Pues chica, no parece viejo, y menos casado contestó Adelaida doctrinalmente.
La duquesa tuvo alguna sospecha de Mme. de Genlis, y la despidió de su servicio, encargando al mismo tiempo a Mme. de Roys fuese a un convento de Suiza en busca de la señorita de Orleans, donde se encontraba recogida. Esta princesa, conocida después por el nombre de madame Adelaida, era muy joven, hermosa y excelente de corazón.
¡Mira, si no te callas, te doy azotes!... Vamos, duérmete: si te duermes, te compraré un caballo para que vayas al Retiro montado como tu amiguito Julián... y después te llevo al Circo a ver los clowns... ¿no te acuerdas de los saltos que dan? ¡Qué saltos tan grandes sobre el caballo! ¿eh?... Y la niña rubia que se sube al trapecio, ¡qué bonita!, ¿eh?... Y después vamos a casa de Julianito, y comerás dulces... y otro día iremos a Leganés a ver a la tía Adelaida para que te regale el pajarito de cristal que canta dándole cuerda... y lo traeremos para casa, ¿verdad?... ¿No te gusta?
Adelaida cantó al arpa el aria de Desdémona, assisa al pie d'un salice, con un gusto y afinación que encantaron al rey Buby. No era Adelaida bonita, pero tenía modales muy distinguidos, y hacía oscilar su rabo con cierta melancólica coquetería, que revelaba, sin duda, alguna pena secreta.
Palabra del Dia
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