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Actualizado: 10 de octubre de 2025


Nuestras conversaciones eran unas salvas de injurias. Yo le colmaba de maldiciones y él me insultaba groseramente con su seguridad de poseerme. Vino para nosotros la época de los apuros; las deudas crecían y los acreedores se volvían exigentes.

Creía que un senador es algo del Ayuntamiento. Tenía sobre la imprenta ideas muy extrañas, creyendo que los autores mismos ponían en las páginas aquellas letras tan iguales. No había leído jamás libro ninguno, ni siquiera novela. Pensaba que Europa es un pueblo y que Inglaterra es un país de acreedores.

El ayuda de cámara, con una confianza extemporánea y molesta para él, murmuró: Esperan á la señora marquesa... Les he dicho que el señor había salido. No añadió más el criado; pero la expresión maliciosa de sus pupilas le hizo adivinar que los que esperaban eran acreedores. El suicidio del banquero había dado fin al escaso crédito que aún gozaban los Torrebianca.

Como se puede ver, en este legajo consta perfectamente que después de vender su finca, bajo condiciones inesperadas, quedarán todavía usted y su hermana adeudando á los acreedores de su señor padre, la suma de cuarenta y cinco mil francos. Quedé verdaderamente aterrado con esta noticia, que excedía á mis más avanzados cálculos.

El dinero que él lograba aportar desaparecía como un arroyo en un arenal. Pero «la bella Elena» encontraba lógica y correcta esta manera de vivir, como si fuese la de todas las personas de su amistad. Acogió Torrebianca alegremente el encuentro de un sobre con sello de Italia entre las cartas de los acreedores y las invitaciones para fiestas. Es de mamá dijo en voz baja.

Harto perturbada estaba ya mi mente con la vergonzosa catástrofe de Madrid antes de refugiarnos en este lugar. Hubo que vender los muebles que allí teníamos para acabar de pagar a los usureros y acreedores. Mi padre se vino aquí humillado y melancólico, y a poco murió. ¿Con quién querías que hubiese vuelto yo a Madrid? ¿Qué papel iba a hacer en Madrid la marquesita arruinada y bastarda?

Fueme necesario cortar de un golpe aquella eterna elegía y despedirme para siempre de ese antro en que había estado ocho meses. ¡Lo que es el mundo de malo! Al salir, los acreedores del patio, que echaban espuma por la boca, decían que don Eleazar había realizado quinientos mil duros de ganancia y que ellos se quedaban en la calle. ¿Quién podía creerlo?

¿Hay gente ahí fuera? preguntó Torrebianca. Como parecía conocer las visitas molestas que durante el día habían desfilado por el recibimiento, Robledo no pidió una aclaración á esta pregunta, limitándose á contestarla con un movimiento negativo. Entonces él habló de aquella invasión de acreedores que llegaba de todos los extremos de París.

El viejo parecía oler la catástrofe; pero la veía llegar con una tranquilidad egoísta, ya que los dos hombres que poseían sus afectos, estaban lejos. Su hijo había ido a Málaga, por encargo de su principal, para intervenir, como hombre de confianza, en cierta quiebra, y allá permanecía ocupado en repasar cuentas y discutir con los otros acreedores. ¡Ojalá no volviese en un año!

Mas, separado de esta diez años antes, había hecho en París y en Italia lujosísima vida de soltero, hasta que, perseguido por sus acreedores, vino a refugiarse de nuevo en España el año 68, tomando parte activísima en la Revolución y recorriendo, al lado de Prim, las provincias andaluzas, arengando a las muchedumbres montado, como Lafayette, en un caballo blanco.

Palabra del Dia

neguéis

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