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Actualizado: 30 de abril de 2025


Era bastante tarde, cuando llegamos al castillo; sin embargo, mi tío llamó a Blanca a su despacho diciéndole que tenía que hablar con ella muy seriamente. Y yo me acosté, llorando con todas mis fuerzas, y con la convicción de que la espada de Damocles pendía sobre mi cabeza. Desde algún tiempo atrás, Juno se había hecho más íntima conmigo.

Hasta media noche estuve estudiando atentamente, no sin protestar de cuando en cuando contra los habitantes de Bukharia, que se rebozan con nombres tan extravagantes. Sin embargo, conseguí recordar algunos detalles del país y varias palabras extrañas, cuya significación ignoraba por completo. Me acosté restregándome las manos.

Iban a hacerse el calzado con él hasta los señores de Bilbao y de Barcelona. Además, componía dramas. Aquella noche salí bastante preocupado del cafetín. Me acosté y tardé en dormirme. en la habitación de al lado un carraspeo seguido de un poderoso suspiro. Era la voz de don Guillén.

¡Gracias, dijo fríamente aquella mujer, y se despidió de . Cuando me quedé solo, busqué el cuaderno donde estaban consignadas mis obligaciones, y anoté lo siguiente: «Doscientos cuarenta reales para AmparoYo había hecho esto por temperamento, por costumbre, no por caridad. Me acosté y me dormí. Cuando desperté al día siguiente, había perdido el recuerdo de aquella aventura.

Entonces, al inclinarme hacia mi hermana, vi en el suelo, junto a ella, una hoja de papel de carta rayado de azul; me apoderé de él tan vivamente como pude, sin que nadie notara ese movimiento. Después me apresuré a hacer lo más urgente, que era hacer volver en a Marta y acompañé a su cuarto a la desdichada, que dirigía en su derredor miradas atontadas. Una vez allí la acosté.

Tales reflexiones bastaron para echar agua sobre mi fervoroso entusiasmo y me acosté en la cama medianamente inquieto. Al día siguiente recibí una invitación del presidente del Casino Español, que ya me habían anunciado, para que leyese algunas de mis poesías en aquel centro recreativo. Esta fiesta o velada ya se venía tratando hacía tiempo entre mis conocidos.

Volví a leerla, y ahora me pareció la prosa anticuada de un moralista cansado; cada palabra se había vuelto como un carbón apagado. Me acosté y soñé que estaba lejos, más allá de Pekín, en las fronteras de Tartaria, en el kiosco de un convento de Lamas, oyendo máximas prudentes y suaves que brotaban como un aroma fino de , de los labios de un Buda vivo. Transcurrió un mes.

Yo me acosté con harta tristeza, y el soldado llamó al huésped y le encomendó sus papeles en las cajas de lata que los traía, y un envoltorio de camisas jubiladas. Acostámonos; el padre se persinó, y nosotros nos santiguamos de él. Durmió; yo estuve desvelado trazando cómo quitarle el dinero. El soldado hablaba entre sueños de los cien reales, como si no estuvieran sin remedio.

La cárcel, hecha en pequeño bajo el modelo de la de Bilibid, de Manila; la iglesia, convento, y Casa Real, son los únicos edificios notables que tiene Santa Cruz. Por la noche después de la cena, nos obsequió el bondadoso Alcalde D. Antonio del Rosario con una serenata que oímos desde los balcones de la Casa Real. Á las once, habiendo dejado todo dispuesto para seguir mi viaje, me acosté.

En sus ojos volvió a brillar de repente la alegría y la serenidad. «Pierda usted cuidado, mi amo respondió con voz clara y gozosa ; antes que le tocasen a usted el pelo de la ropa ya había yo despachado tres o cuatro al otro barrioMe acosté en la íntima persuasión de que decía verdad.

Palabra del Dia

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