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Actualizado: 31 de mayo de 2025
El hecho es que me acosté una noche autor de folletos y de comedias ajenas, y amanecí periodista: mireme de alto abajo, sorteando un espejo que a la sazón tenía, no tan grande como mi persona, que es hacer el elogio de su pequeñez, y dime a escudriñar detenidamente si alguna alteración notable se habría verificado en mi físico; pero por fortuna eché de ver que como no fuese en la parte moral, lo que es en la exterior y palpable, tan persona es un periodista como un autor de folletos.
Despachélos a todos uno por uno lo mejor que pude, acosté a mi tío, que aunque no tenía zorra tenía raposa, y yo acomodéme sobre mis vestidos y algunas ropas de los que Dios tenga que estaban por allí. Pasamos de esta manera la noche. A la mañana traté con mi tío de reconocer mi hacienda y cobrarla. Despertó diciendo que estaba molido y que no sabía de qué.
Despáchelos a todos uno por uno, lo mejor que pude, y acosté a mi tío, que aunque no tenía zorra, tenía raposa; y yo acomódeme sobre mis vestidos y algunas ropas de los que Dios tenga, que estaban por allí. Pasamos desta manera la noche, y a la mañana traté con mi tío de reconocer mi hacienda y cobralla. Despertó diciendo que estaba molido, y que no sabía de qué.
La suerte me deparó a un fiel amigo que cubrió con su ternura aquel abismo de luto y de lamentos; acaso sin él me hubiese precipitado en aquella horrible negrura. Durante toda la noche, permanecí anonadado, no pude conciliar el sueño y me acosté vestido.
La desgraciada mujer había venido de muchas leguas lejos, a solicitar el indulto, y alojaba en una casa sucia y miserable de uno de los barrios extremos de Madrid. Allá a la noche me sentí fatigado, cual si hubiera pasado el día trabajando, cuando no hice otra cosa que errar distraído por las calles, y me acosté temprano.
Amparo había desaparecido; la fascinación había cesado, y volví a sentir la vida real. A mi vez me retiré en silencio y me acosté. Me acosté para apurar una horrible noche de fiebre y delirio. ¿Por qué había yo encontrado seis años antes, sola en medio de la noche, recogiendo trapos a aquella niña? ¿Por qué me había causado compasión su miseria?
El Peor seguía clavado en el recibimiento, sin acertar á decir nada ni á dar un paso. «Le acosté en seguida, y mandé un recado á Quevedo para que viniera á escape.» D. Francisco, saliendo de su estupor como si le hubiesen dado un latigazo, corrió al cuarto del chico, á quien vió en el lecho, con tanto abrigo encima que parecía sofocado. Tenía la cara encendida, los ojos dormilones.
La desgraciada mujer había venido de muchas leguas lejos, a solicitar el indulto, y alojaba en una casa sucia y miserable de uno de los barrios extremos de Madrid. Allá a la noche me sentí fatigado, cual si hubiera pasado el día trabajando, cuando no hice otra cosa que errar distraído por las calles, y me acosté temprano.
¡Está amaneciendo! exclamó con acento duro . ¿Qué sucede, Casilda? anoche me acosté demasiado tarde y me despiertas al amanecer. Estoy servida detestablemente. Son las ocho y media, señora dijo temblando la doncella. Te dije que no me llamaras hasta las doce. Es que está ahí don Juan. ¡Don Juan! ¡y de día! ¡y acaso por la puerta principal! Sí; sí, señora. ¡Qué imprudencia! Nadie ha podido verle.
Te diré una cosa que ha de pasmarte indicó Fortunata con la expresión grave que tomaba cuando hacía una declaración de extremada y casi increíble sinceridad . Pues el día en que vi por primera vez a Jacinta, me gustó... sin que por gustarme dejara de aborrecerla. Una noche me acosté con el corazón tan requemado de celos, que me sentía capaz... hasta de matarla... mira tú.
Palabra del Dia
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