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Actualizado: 25 de junio de 2025
Pero debo declarar que en los acontecimientos notables a que me refiero, y que sirven de base a las explicaciones que doy, hay una exactitud intachable de que responderán los documentos públicos que sobre ellos existen.
¿No lo decía yo -dijo Sancho-, que no se me podía asentar que todo lo que vuesa merced, señor mío, ha dicho de los acontecimientos de la cueva era verdad, ni aun la mitad? -Los sucesos lo dirán, Sancho -respondió don Quijote-; que el tiempo, descubridor de todas las cosas, no se deja ninguna que no las saque a la luz del sol, aunque esté escondida en los senos de la tierra.
La casa de Paco era un terreno neutral; el lugar más a propósito para comenzar en regla un asedio y esperar los acontecimientos. Don Álvaro lo sabía por larga experiencia. En casa de Vegallana había ganado sus más heroicas victorias de amor. Su orgullo le aconsejaba que no hiciera en favor de Ana Ozores una excepción que a todo Vetusta le parecería indispensable.
Y Aresti, sonreía con cierta compasión ante las cosas fútiles que constituyen los grandes acontecimientos para los enamorados, ante las inquietudes y tristezas en que les sumen una palabra, la falta de una sonrisa, cualquier circunstancia que pasa inadvertida en la existencia vulgar. Es esta tu primera novia, ¿verdad? dijo Aresti. Ya se conoce: todos hemos pasado por eso.
El maestrante se repuso inmediatamente y, doblando la carta y guardándola, respondió haciendo esfuerzos por asegurar su voz, que temblaba: Nada, un recomendado mío que se queja de que le han dejado cesante... ¡Ese gobernador! No tiene memoria ni formalidad ninguna. Inquieta ya y esperando con ansia los acontecimientos se retiró a su gabinete.
El único consuelo de Fernando era ver a su prometida, que no abandonaba a su hermana; de este modo ambos jóvenes pasaban los días junto al lecho de la enferma. Isabel había notado que el solo medio de hacer asomar la sonrisa a los labios de Juanita, era hablarle de Carlos, y frecuentemente le hacía preguntas sobre los acontecimientos que más impresión habían hecho en ella.
Eran esclavas, con una servidumbre hipócrita disimulada por el cariño egoísta del esposo y la falsa dulzura del hogar. Así era el Imperio de Liliput, cuando siglo y medio después de la llegada del primer Hombre Montaña se inició la serie de acontecimientos históricos que acabaron por cambiar su fisonomía.
Los amores de dos mujeres cordobesas han tenido un inmenso influjo bienhechor en el mundo: han contribuido, casi han sido causa de las más preciadas glorias para España, y de acontecimientos tan providenciales, que sin ellos la actual civilización europea no se explicaría.
Los hombres que la formaban, mudos y cabizbajos, presagiando sin duda funestos acontecimientos, dirían para sí: «Llegaremos a La Carolina, donde ya estará Vedel, y batiendo a los insurgentes, nos abriremos paso por desfiladeros para abandonar esta tierra maldita, a la cual el Emperador ha tenido la mala ocurrencia de enviarnos... ¡Oh! ¡Cuándo os veremos, tierras de la Turenne, del Poitou, de la Charente, de los Vosgos, del Artois, del Limosin!...»
Montalván continúa la narración de los acontecimientos, que inmediatamente se sucedieron, de esta manera: «Después de haber servido Lope largo tiempo al Duque, residiendo ya en Madrid, ya en Alba, se casó con Doña Isabel de Urbina. La dicha de este matrimonio desapareció bien pronto por un accidente desagradable.
Palabra del Dia
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