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Actualizado: 29 de junio de 2025
Entre sus plazas principales sobresale la del Comercio; elegante, espaciosa y gallarda: frentes de hermosas casas la embellecen y adornan: en el centro se levanta sobre un pedestal la estatua de Don José: esta plaza tiene muy buena situacion, pues á sus piés está el puerto, desde el cual se ven los infinitos molinos de viento que rodean toda la ciudad y que hubieran proporcionado muchas peleas á nuestro inmortal Don Quijote si por allí se hubiera dirijido, pues son muchísimos los que á guisa de centinelas hacen la guardia á la capital, agitando sus enormes brazos, que en el verano parecen querer servir de abanicos que refresquen la atmósfera.
El ave movía ligeramente las alas, que brillaban fantásticamente como abanicos de esmeraldas; y con la certeza de que no podría yo asirla viva, decidí darle muerte.
Aquella sonrisa dulce de la naturaleza asomando a los tragaluces de la lóbrega cripta parlamentaria le hizo pensar en sus campos de naranjos, y por un capricho de la imaginación vio praderas cubiertas de flores, damas vestidas de pastoras como en los abanicos antiguos bailando sobre la punta de sus tacones al son de juguetones violines, y sintió un impulso de acabar en cuatro palabras, de tomar el sombrero y huir para perderse en las arboledas del Retiro.
Las señoras rieron, tapándose la cara con los abanicos. ¡Qué lengua, qué lengua tiene usted, Suárez! No me sirve más que para decir lo que es cierto. Las niñas de Madrid me hacen el efecto de sombras chinescas. En ustedes encuentro seres visibles, palpables... y hasta confortables. Marta observó que la bujía de un candelabro se estaba concluyendo y que iba a hacer estallar la arandela de cristal.
Los Vélez, escurridos y lacios de vestido y de carnes, pasaron de largo hacia la izquierda, saludando con una cabezada muy ceremoniosa. Las chaparrudas Carreñas, hechas un brazo de mar, pero de mar siniestro y bravo, saludaron con los abanicos y carraspeando, y se fueron por la derecha.
El inventario de abanicos, tela de nipis, crudillo de seda, tejidos de Madrás y objetos de marfil también arrojaba cifras muy altas, y se hizo minuciosamente. Entonces pasaron por las manos de Barbarita todas las preciosidades que en su niñez le parecían juguetes y que le habían producido fiebre.
Allí piernas, ojos, brazos y hasta niños completos, y bastantes tablitas pintadas al óleo, donde el milagro se representaba, y por medio de un largo letrero escrito al pie quedaba explicado. La multitud llenaba el templo. En el centro, las mujeres, de rodillas o sentadas en el suelo, se abanicaban casi todas. El movimiento de los abanicos de diversos colores alegraba la vista.
Construía para ella los más maravillosos juguetes, recortaba de zanahorias y de nabos las más sorprendentes flores y figuras, hacía de pepitas de melón, gallinas como naturales, construía abanicos y cometas, y era singularmente diestro en cortar para las muñecas fastuosos vestidos de papel.
Limpiaba pacientemente la sombra, como un buscador de tesoros, agachándose en el misterio de los palcos para guardar en sus bolsillos los hallazgos: abanicos de señora, sortijas, pañuelos de mano, monedas caídas, adornos de trajes femeniles, todo lo que dejaba tras su paso una invasión de catorce mil personas.
Se parecían también en el carro un venerable escudero, que sostenía el quitasol de raso amarillo, bordado de oro, dando sombra al rey y siendo símbolo e insignia de su poder soberano; y dos pajecillos, muy graciosos y compuestos, que oseaban las moscas y movían y refrescaban el aire que circundaba a la persona regia, agitando grandes abanicos, uno de pintadas plumas de pavo real, y otro de plumas de avestruz blancas como la leche.
Palabra del Dia
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