Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 29 de junio de 2025
A trechos agrupábanse, formando abanicos, largas y estrechas valvas de mariscos que tenían la transparencia acaramelada del carey. Eran regalo del tío Ventolera, así como dos caracolas enormes que adornaban la mesa, blancas, erizadas de púas y con el interior de un rosa húmedo, como el de la carne femenil.
La estancia estaba casi a obscuras; por los grandes balcones no se dejaba pasar más que un rayo de luz; se hablaba poco, se suspiraba y se oía el aleteo de los abanicos. ¡Cuánto mejor hubiese sido que se hubiera vuelto loco! exclamó el marqués de Vegallana, jefe del partido conservador de Vetusta.
Las mujeres, puestas de pie sobre las sillas, miraban con nerviosa curiosidad la nube de humo erizada de relámpagos que se acercaba, dejando tras sí un ambiente cargado de azufre y voladoras pavesas; y cuando el estruendo llegaba frente a ellas, cubríanse los rostros con los abanicos, hundían la cabeza en el pecho, o sin dejar de reír, llevábanse las manos a los oídos, como si no pudieran resistir el trueno continuo, cuya intensidad subía o bajaba, llegando en algunos instantes, con la violencia de la explosión, a hacer el vacío, dejando sin aire los pulmones.
Las tintas rabiosas de los trajes de la huerta, las blancas manchas de los grupos en mangas de camisa, los pantalones rojos de los soldados, los enormes quitasoles de seda granate que parecían robados de una antigua sacristía, los gigantescos abanicos de papel moviéndose con incesante aleteo, las botas de vino que a cada instante se alzaban oblicuamente sobre las cabezas, los gritos, las protestas porque se hacía tarde, todo daba a aquella parte de la plaza un aspecto de locura orgiástica, de brutalidad jocosa.
Vi asimismo objetos de un orden enteramente distinto, es decir, trajes hermosísimos de mujer, arrojados en desorden por el suelo, y también escofietas, moños, lazos, abanicos, quirotecas, zapatillas de raso y luengos encajes de aquellos finísimos y hereditarios, que eran, como los diamantes, orgullo y riqueza de las familias.
Mas aquí debo recordar que los abanicos generalmente son de papel, y este papel por uno de los lados suele estar pintarrajeado con asuntos campestres, y por el otro queda en blanco.
Iba embozado en una capa vieja, por bajo de la cual asomaba una esportilla de compras, y por encima del embozo de raído terciopelo mostrábase su rostro lleno y colorado, en el que los detalles más salientes, aparte de las arrugas, eran un bigote de cepillo y unas cejas canosas, tan oblicuas, que hacían recordar los chinos de los abanicos. ¡Juan! exclamó doña Manuela.
En el fondo del arco, sobre las vallas de madera que lo obstruían a medias, abríase un medio punto azul y luminoso, dejando visible un pedazo de cielo, el tejado de la plaza y una sección de graderío con la multitud compacta y hormigueante, en la que parecían palpitar, cual mosquitos de colores, los abanicos y los papeles.
Muchachos desarrapados rompían las oleadas del gentío, ofreciendo la vida cíe Lagartijo en aleluyas, los antecedentes y retratos de los seis toros que iban a lidiarse, o pregonaban unos abanicos de madera sin cepillar y en los cuales una mano torpe había estampado un toro como un pellejo de vino y un torero que parecía una rana desollada.
¡No es verdad, Paco; no me ha visto usted! Decía otro: Pilar, ¿dónde compra usted esos abanicos tan monísimos? Pilar prorrumpía en carcajadas. ¡Qué guasón! Y ¿dónde ha comprado usted aquel perro tan feo que llevaba usted hoy en el paseo? Feo, sí; pero gracioso. Confiéselo usted. Tales frases hacían desbordar la alegría de aquellos pechos juveniles.
Palabra del Dia
Otros Mirando