Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !

Actualizado: 1 de junio de 2025


Al toque de oración de San Jacinto se cierran todas las puertas y ventanas, y se apagan las luces, entonándose por los que se encuentran dentro de las casas el Ángelus; concluído este, cada cual vuelve á su conversación, su ocupación ó su paseo. Nosotros hicimos una frugal cena, y después de interrogar sobre la localidad al Gobernadorcillo, buscamos el reposo en las mallas de una hamaca de abacá.

Porque aquella naturaleza seria y salvaje, aquellos valles profundos cortados por riachuelos, salpicados de caseríos sumergidos en un mar de verdura, a que las distintas luces y los distintos matices parecen prestar flujos y reflujos fecundados por el trabajo, santificados por iglesias, siempre verdes, siempre bellos, siempre pavorosamente melancólicos, como lo es en la imaginación del campesino vasco la idea misteriosa de las Maitagarris, tienen algo de la silenciosa majestad de un templo, de la serena tristeza de los paisajes de otoño, que parecen llorar y sonreír al mismo tiempo; de la suave melancolía que inunda el alma al caer de la tarde, cuando la campana de la iglesia hace resonar el toque del Ángelus y se despide el día murmurando al oído del hombre aquella palabra mil veces repetida, sin pensar jamás en su alcance infinito: ¡Adiós!...

Hubiérase dicho que la ciudad se hacía toda armoniosa, metálica, vibrante, y resonaba como un solo bronce, en el transporte de su plegaria. Doña Guiomar, dejándose caer de hinojos, entonó en alta voz las palabras del Angelus. Todos, imitando su movimiento, se dispusieron a responder. El escudero balbuceó las avemarías alzando el rostro y juntando las palmas como los niños.

Y un sosiego armonioso se exhala de los crepúsculos vespertinos en el callado patio, bajo la parra umbría, mientras el huerto se sume en la penumbra y suenan lentas, una a una, las campanadas del Angelus. Verdú pasea por la estancia. Es alto; su cabellera es larga; la barba la tiene intonsa; su cara pálida está ligeramente abotagada. Camina despacio, deteniéndose, apoyándose en los muebles.

Y entonces se recoge en su asiento, toda arrugadita, toda temblorosa, y llora como una niña. Cuando se ha hecho de noche, la vieja se ha levantado y ha encendido la capuchina. Sonaban, unas largas, otras breves, las campanadas del Angelus, y ella ha rezado sus habituales oraciones a la Virgen. Después de estos rezos, ella tiene por costumbre hacer la cena; pero esta noche no la ha hecho.

Mi estera es blanca; mis alcarrazas tienen flores frescas y yo le guardo magníficos cigarros de la Habana. LA JOVEN. Hermano José, hermano José, ¿me ha olvidado, usted, pues? y sin embargo, yo no he omitido ni una misa ni un Angelus. FLORES. Parece, compadres, que el reverendo dirige la conciencia de la señora: afortunadamente es robusto, porque esa debe ser una terrible tarea. ¡Amén!

Muchas veces, desde aquel sitio de la muralla, oíamos las lentas campanadas del Ángelus. Al anochecer tomaba la diligencia en una plazoleta próxima y me marchaba a San Fernando con el espíritu angustiado y lleno de una extraña amargura. Algunas veces he oído referirse a una poesía de un poeta alemán, creo que de Enrique Heine, en donde un pino del Norte suspira por ser una palmera del trópico.

D. Luis se quitó su sombrero, se hincó de rodillas al pie de la cruz, cuyo pedestal le había servido de asiento, y rezó con profunda devoción el Angelus Domini. Las sombras nocturnas fueron pronto ganando terreno; pero la noche, al desplegar su manto y cobijar con él aquellas regiones, se complace en adornarle de más luminosas estrellas y de una luna más clara.

Dejemos esto: oigo la campana de Bussieres que toca el Angelus; vale más rogar que escribir. Secaré mis lágrimas y diré, para sola, aquel rosario al cual mis pequeñuelas respondían siguiéndome otras veces, y que oirán hoy solamente los gorriones que se acuestan debajo de las hojas o en las grietas de las piedras.

En el medio había una columna de madera, carcomida por la intemperie, a cuyo extremo se hallaba sujeta una campana que se hacía sonar con cadena. Servía para convocar a los vecinos en caso de necesidad, y también la utilizaba el cura para rezar el Angelus cuando las horas del mediodía o el oscurecer le sorprendían entre sus feligreses.

Palabra del Dia

aconséjele

Otros Mirando