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Actualizado: 1 de junio de 2025


Y luego, exaltado, abriendo mucho sus ojos tristes, golpeándose la frente: ¡Ah, mi espíritu, mi espíritu!... ¡Mi vida perdida, mis energías muertas!... ¡Ah, el desconsuelo de sentirse inerte en medio de la vibración universal de las almas! Y se ha hecho un gran silencio. Y en el aire parece que había sollozos y lágrimas. Y han sonado lentas, una a una, las campanadas del Angelus.

Desempeñando este cargo falleció don Baltasar en España, tres o cuatro años después. El conde de Castellar acostumbraba todas las tardes dar un paseo a pie por la ciudad, acompañado de su secretario y de uno de los capitanes de servicio; pero antes de regresar a palacio, y cuando las campanas tocaban el Angelus, entraba al templo de Santo Domingo para rezar devotamente un rosario.

La noche del enterramiento, al bajar el campanero de tocar el Angelus, le pareció oír gemidos bajo las losas sepulcrales. Lleno de espanto fuese en seguida el campanero a dar cuenta a las gentes del castillo de lo que había oído. Acudieron inmediatamente así el marido como sus desconsolados deudos y sirvientes y oyeron en verdad la voz subterránea.

Escríbeme: dime si paseáis por la plaza al anochecer, mientras suena la fuente y el cielo se va poniendo fosco; dime si salís a las huertas y os sentáis bajo esas nogueras anchas, espesas, redondas, y veis correr el agua limpia y mansa por los azarbes; dime si las campanadas del Angelus son las mismas campanadas graves y dulces que yo he oído; dime si los azahares de los naranjos se han abierto ya y perfuman el aire; dime si las palmeras mueven mansamente sus ramas péndulas en el azul intenso...

En este Colegio Imperial de la Compañía de Jesús de Madrid y Agosto 21 de 1726. Michael Angelus Tamburinus, praepositum generalis Societatis Jesu.

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