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Aves, peces, brutos, plantas, Astros, signos y planetas Digan, vean y publiquen, Oigan, miren, noten, sepan, Que hay honor contra el poder, Que hay industrias contra fuerza Y que hay en mujeres nobles Vida, honor, lauro y defensa. J. Schulze: sobre El Príncipe constante. Sus restos, llevados á Portugal por el rey Alfonso V, descansan en el convento de Batalha.

Copiemos también las palabras siguientes de J. Schulze, refiriéndose á la representación, hecha en Weimar, de El Príncipe constante: «Esta tragedia, representada con rara perfección, parece haberse propuesto, como objeto principal, poner de relieve la idea cristiana, cuya ansia de perfección puede reducirse al silencio por un momento con la posesión de las virtudes más relevantes, sin quedar nunca satisfecha por completo, demostrándolo así el heroísmo y el martirio del infante D. Fernando, triunfo el más digno del cristiano contra todos los poderes de la tierra ... No ha sido dado á la musa alemana ofrecer al Eterno, en el sublime altar de la religión, un drama cristiano tan perfecto, nacido en el seno de la patria y rebosando gratitud y humildad, y de aquí que, contentos y agradecidos, como conviene al carácter benévolo del pueblo alemán, nos hayamos apropiado uno extranjero

Las virtudes del Infante habían excitado la admiración de sus enemigos, pero sin ablandar por eso sus rigores. La Clede, Histoire du Portugal. V. también á H. Schulze, Del Príncipe constante, de Calderón: Weimar, 1811. «¡Qué poesía! ¡No nos cansamos nunca de leerla y admirarla!

De repente brilla de nuevo el alma del Príncipe en toda su pureza y sublimidad; su espíritu casi se ha despojado de los lazos mortales, que lo encadenan, y la muerte le hace prorrumpir en palabras de una energía indescriptible, como si viniesen del imperio de lo eterno, y anunciasen la verdad, también inmutable. «¿Cómo es posible dice J. Schulze encontrar palabras bastante expresivas, para alabar como se merece al poeta, que ha sabido hacer brillar el espíritu divino de su héroe, ofreciéndolo en toda su desnudez, desde el abismo del oprobio y de la humillación más completa, de tal manera, que el astro de este hombre celestial aparezca más esplendente en medio de la noche más obscuraEsta escena es de las más sublimes, que ha creado hasta ahora la poesía, demostrando lo que nunca se ha representado en esa forma: la grandeza espiritual y moral reduciendo á polvo, por su superioridad, á todo lo terrestre, y manifestando y descubriendo lo divino en la suprema elevación del alma humana.

De belleza incomparable es la escena, en que, trabajando como esclavo en los jardines reales, ofrece flores á la princesa Fénix, y ambos, en un diálogo lleno de tierno entusiasmo, y bajo el símbolo de las estrellas y de las flores, comparan lo infinito con lo transitorio del mundo real; una escena, que, como dice J. Schulze, «nos arrebata de la tierra, entrelazando todo lo mundano en una corona fúnebre, y llevándonos del vasto cementerio de nuestro planeta, abundante en sepulcros, á la patria eterna de las almasEl Príncipe sucumbe al fin á tantos dolores y sufrimientos, acumulados en su persona; lo vemos en el peldaño más bajo de la humillación; la majestad y hasta la grandeza de su alma parecen extinguirse, y, sin embargo, dura su constancia.