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Tales prendas, blanquísimas, adornadas con bordados y encajes, zahumadas con espliego, templaditas al sano calor de la camilla calor doméstico si los hay las tenía el capellán muchas veces en el regazo, mientras la madre, con la niña tendida boca abajo sobre su delantal de hule, pasaba y repasaba la esponja por las carnes de tafetán, escocidas y medio desolladas por la excesiva finura de su tierna epidermis, las rociaba con refrescantes polvos de almidón y, apretando las nalgas con los dedos para que hiciesen hoyos, se las mostraba a Julián exclamando con júbilo: ¡Mire usted qué monada..., qué llenita se va poniendo!

Aquí tenéis a mi mujer que, por el contrario, nunca tiene la respuesta en la punta de la lengua; desgraciadamente, si llego a ofenderla no deja de quemarme la garganta con pimienta al otro día, o si no me da cólicos con legumbres refrescantes. Es una venganza atroz. Y al decir esto, el ágil doctor hizo una mueca expresiva.

Las «petacas» ó maletas de que iban cargadas estas bestias gigantescas estaban repletas de coca, precioso cargamento que emocionaba más á los arrieros de la Cordillera que si fuese oro. Los del país no conocían riqueza que pudiera compararse con estas hojas secas y refrescantes, de las que se extrae la cocaína y que suprimen el hambre y la sed.

»Aún no ha entrado el otoño, y ya empiezan a desprenderse las hojas. El estío ha sido muy riguroso, cálido y seco, sin brisas templadas ni refrescantes lluvias, y la próxima estación parece anticiparse como si desease marchitar y aniquilar las flores de Magdalena. »Eran poco más de las diez, hacía una mañana fría y nebulosa, y aun así me pareció que había en aquellos sitios excesiva concurrencia.