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He tenido muchos amoríos y casi no me atrevo a decir que he tenido amor. Una vez sola en mi vida me parece que entreví, que columbré a lo lejos la celestial aparición del verdadero amor, que benigno me sonreía y que ansiaba penetrar en mi alma, llenarla de su divina beatitud y purificarla e iluminarla. Fue esto cuando tuve relaciones con Juan Maury. estabas en Río y debes acordarte de todo.

Los aventureros jóvenes encontraban casi siempre entre las mancebas cobrizas ofrecidas por los azares de su existencia alguna que se apoderaba de su corazón y vivía compartiendo sus peligros. El hidalgo cristiano, al unirse con ella, había creído necesario purificarla con el bautismo el mejor regalo, según las ideas de la época , dándola el nombre de Isabel, en recuerdo de la buena reina.

Pareciole buena idea aquello de purificarla en las Micaelas, y aunque a nadie lo dijo, para consideraba aquel camino como el único que podía conducir a una solución. Rabiaba por echarle la vista encima al basilisco, y como su sobrino no le decía que fuera a verla, este silencio hacíala rabiar más.

S. Fernando se contentó con purificarla y levantar un altar provisional donde pudiese celebrar el triunfo de sus armas; el obispo Mesa con apoyar respetuosamente en las columnas de las naves occidentales una capilla cuyos restos han desaparecido sin dejar huella ni haber lastimado en nada el monumento.

Y luego me sentí inflamado de un fuego dulce, para desconocido; de un fuego que parecía aislar dentro de mismo mi alma, purificarla, levantarla hasta el cielo; pareciome tenerla en contacto con Dios, bendecida por él; luego me sentí completamente abstraído, espiritualizado, fuera del contacto de todo lo terreno, y pareciome tocar con mi espíritu el espíritu de Dios, del Dios justo y bueno que premia a los que lloran; y creí en Dios y le confesé con la inmensidad de mi pensamiento.

Así como hábil jardinero, si descubre entre malezas una planta nobilísima, la lleva a su jardín y la cultiva con afán para que todo vicio contraído entre las malezas acabe, y para que, merced a su cuidado prospere la planta y al fin lindas y aromáticas flores y sabrosos frutos; así yo, al hallar la bella alma de esta mujer, henchido de fatuidad, me propuse mejorarla, hermosearla más, purificarla de todo defecto y hacerla florecer y fructificar abundosamente en virtudes, conocimientos y perfecciones.

Lo que me importa es que me respeten. ¿Qué segundo pecado original es el mío, que no hay bautismo que lave? ¿Qué mancha indeleble ha caído sobre que no hay nada que limpie? ¿Qué vicio innato hay en mi sangre del que yo no puedo purificarla? ¿Por qué se supone tal flaqueza que necesite yo refugiarme en un convento para resistir las seducciones y los peligros del mundo?