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Por lo que hace al mineral, parécese el periodista a la piedra en que no hay picapedrero que no le quite una esquirla y que no le un porrazo; ha de tener tantos colores como el jaspe, si ha de parecer bien a todos; ha de ser frío como el mármol debajo del pie del magnate; ha de ser dúctil como el oro: de plata no ha de tener ni aun el hablar en ella; ha de tener los pies de plomo; ha de servir como el bronce para inmortalizar hasta los dislates de los próceres; lo ha de soldar todo como el estaño; ha de tener más vetas que una mina, y más virtudes que un agua termal.

Cuando refiere sus proezas o las de algún afamado malévolo, parécese al improvisador napolitano, desarreglado, prosaico de ordinario, elevándose a la altura poética por momentos para caer de nuevo al recitado insípido y casi sin versificación. Fuera de esto, el cantor posee su repertorio de poesías populares, quintillas, décimas y octavas, diversos géneros de versos octosílabos.

En esto, lo mismo que en otras debilidades, parécese a muchos jovencillos del Tercer Estado, que no tienen valor para romper y conservan a sus queridas hasta más allá del matrimonio; de suerte que el adulterio es concomitante de los esponsales, y continúa después de los primeros meses del enlace. Habría que formular cosas definitivas referentes a este problema, pero no tenemos tiempo.

Esto, con respecto al reino animal. Can respecto al vegetal, parécese el periodista a las plantas en acabar con ellas un huracán sin servirles de mérito el fruto que hayan dado anteriormente: como la caña ha de doblar la cerviz al viento, pero sin murmurar como ella; ha de medrar como el junco y la espadaña en el pantano; ha de dejarse podar como y cuando Dios disponga, y tomar la dirección que le el jardinero; ha de pinchar como el espino y la zarza los pies de los caminantes desvalidos, dejándose hollar de la rueda del poderoso; en días obscuros ha de cerrar el cáliz y no dejar coger sus pistilos como la flor del azafrán; ha de tomar color según le den los rayos del sol; ha de hacer sombra, en ocasiones dañina, como el nogal; ha de volver la cara al astro que más calienta como el girasol, y es planta muerta si no; seméjase a las palmas en que mueren las compañeras empezando a morir una; así ha de servir para comer como para quemar, a guisa de piña; ha de oler a rosa para los altos, y a espliego para los bajos; ha de matar halagando como la hiedra.

Suplida esa circulación lagunar prepara la vascular, la sangre se desparrama en corrientes antes de formarse canales determinados. Así es el mar: parécese á un gran animal detenido en ese primer grado de organización. ¿Quién reveló las corrientes, esas fluctuaciones regulares del abismo al cual jamás descendemos? ¿Quién nos enseñó la geografía de las aguas tenebrosas?

El sur de España parécese más á Marruecos que á Navarra; la Provenza á la Argelia más que al Delfinado; la Senegambia á las regiones del Amazonas más que al mar Rojo; y el Amazonas tiene más analogía con las húmedas regiones del Africa que con sus vecinas del dorso, Chile, el Perú, etc.