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Es cangrejo porque se vuelve atrás de sus mismas opiniones francamente; abeja en el chupar; reptil en el serpentear; mimbre en lo flexible; aire en el colarse, agua en seguir la corriente; espino en agarrarse a todo; aguja imantada en girar siempre a su norte; girasol en mirar al que alumbra: muy buen cristiano en no votar; y seméjase, en fin, por lo mismo, al camello en poder pasar largos días de abstinencia; así es que en la votación más decidida álzase el ministerial y exclama: ¡Me abstengo! pero, como aquel animal, sin perjuicio de desquitarse de la larga abstinencia a la primera ocasión.

Duquesa de N *: cajita de oro esmaltada, etc., etcAraceli exhibía estos chirimbolos a las visitas con singular complacencia. Sólo faltaba sobre ellos un cartoncito con el precio para que semejase por completo un almacén de saldos.

Esto, con respecto al reino animal. Can respecto al vegetal, parécese el periodista a las plantas en acabar con ellas un huracán sin servirles de mérito el fruto que hayan dado anteriormente: como la caña ha de doblar la cerviz al viento, pero sin murmurar como ella; ha de medrar como el junco y la espadaña en el pantano; ha de dejarse podar como y cuando Dios disponga, y tomar la dirección que le el jardinero; ha de pinchar como el espino y la zarza los pies de los caminantes desvalidos, dejándose hollar de la rueda del poderoso; en días obscuros ha de cerrar el cáliz y no dejar coger sus pistilos como la flor del azafrán; ha de tomar color según le den los rayos del sol; ha de hacer sombra, en ocasiones dañina, como el nogal; ha de volver la cara al astro que más calienta como el girasol, y es planta muerta si no; seméjase a las palmas en que mueren las compañeras empezando a morir una; así ha de servir para comer como para quemar, a guisa de piña; ha de oler a rosa para los altos, y a espliego para los bajos; ha de matar halagando como la hiedra.

Marta lanzó un grito de dolor. ¡Dios mío, se ha ido! ¿Se ha ido? ¡! ¿Muy lejos? Se perdió de vista. ¡Pues señor, la hemos hecho buena! Ricardo subió a la ventana, y siguiendo la dirección del dedo de la niña miró y remiró hasta sacarse los ojos, sin ver absolutamente nada que semejase de una legua a canario. Cuando volvió la vista a Marta observó que por sus mejillas rodaba una lágrima.

Este comprendió que estorbaba y se despidió, anunciando otra vez, más que con palabras por medio de signos desesperados, que si había hombre en el mundo que semejase un sepulcro ese hombre era él, el paisano Barragán. Cuando quedó solo Tristán siguió paseando absorto en profunda meditación.