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Empezó á arrojarlo como una lluvia enloquecedora. Corrieron todas las mujercitas que palidecen y se crispan en torno de las mesas por la suerte de un luis único. Se empujaban, rodando sobre la alfombra, lastimándose mutuamente con las manos y los pies por alcanzar una gota de este maná áureo.

Precisamente las más talludas eran las que con más furor se entretenían en este graciosísimo simulacro de la vida doméstica, vistiendo y desnudando mujercitas de porcelana y estopa, arropando bebés con ojos de vidrio y moviendo los trastos de una cocina de hojalata o de un gabinete de cartón.

La divina canción. La muchachita de Jerusalén. Siona entre los bárbaros. Mujercitas. La señora Jardincito. Túnez la Blanca. La famosa comedianta. Trenes de lujo. La Carrera. El cetro. El carro del Estado. Allá lejos. Al revés. En rada. En familia. Las hermanas Vatard. Apuntes parisienses. El demonio de la vida. Humos en el campo. Las sanguijuelas. El viejo calavera. Afrodita.

Era el mayor de diez hijos, entre mujercitas y varones, que tragaban y bullían bajo el techo paternal. Su padre poseía una cabaña, un pedazo de tierra, algunos castaños en el monte, media docena de cerdos, y dos brazos para cavar el terreno.

Colmenar oía baja la vista, contando los arabescos de la tupida alfombra. Alzó al fin la cabeza y diose una palmada en la frente. Me ocurre una idea sin ejemplar dijo, repitiendo la célebre frase del ministro portugués. Chico, ¿por qué no te casas? ¡No está mala la ocurrencia! ¡, que son baratas las mujercitas en estos tiempos... y lo que viene después!

Al llegar al entresuelo, pasamos a una habitación sin muebles; no había en ella mas que un piano, sobre el cual manoteaba un mísero bujarrón tuberculoso; en torno suyo había una fila de mujercitas, que repetían a coro una canción necia.

La madre hilaba cáñamo; los varones ayudaban al padre; las mujercitas arreglaban la casa y se cuidaban las unas a las otras, haciendo la mayor de niñera de la más pequeña, y así todas las otras, hasta terminar la escala. El joven Sebastián jamás brilló por su inteligencia, ni por su memoria, ni por ningún don intelectual; pero, en cambio, poseía un corazón excelente.