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Estaba yo en el cabaret de Lutecia, en compañía del señor Sharp, mi amigo, aquí presente, y de mi amiga, la señorita Amelia Migeon, conocida principalmente por el sobrenombre de Zipette; la velada deslizábase deliciosa, divirtiéndonos todos delicadamente, como personas bien educadas. Pero he aquí que viene a sentarse junto a nosotros un individuo acompañado de una especie de pellejo.

GÓMEZ. ¡De ninguna manera! No somos de la misma familia. ¡Además, yo no ni coger una espada...! EUSTAQUIO. ¡Bah! Ya le enseñaré a ponerse en guardia. No lo matarán. Apenas le herirán levemente. ¡Y esto es lo esencial! Mi amigo riñó ayer con un borracho... EUSTAQUIO. ¡, ! ¡Ya lo ...! ¡En el cabaret de Lutecia...! PRUNE. ¿Cómo se ha enterado usted...?

Yo creía que los franceses no gustaban más que de romances y de contradanzas. ¿Qué queréis, tío? respondió Arias . Los silfos de los jardines de Lutecia se han convertido en gnomos teutónicos de la Selva Negra. No por eso son más amables añadió la marquesa. Rafael, huyendo del mayor, se intercaló en los grupos que formaban los tertulianos.

No comprendo cómo admiten gente de esta calaña en el cabaret de Lutecia; la mujer hallábase en un estado de embriaguez avanzada, y el hombre apenas se encontraba mejor que ella; piden champaña, y luego se ponen a mirarnos de hito en hito a Zipette y a , y a comunicarse en voz baja ciertas reflexiones, que debían ser muy graciosas porque les hacían reír de una manera irritante; yo sentía que se me subía la sangre a la cabeza, y mi amiga, por su parte, se agitaba; lo cual no es buena señal en ella.

Todo lo vio, lo grande y lo chico, lo bello y lo raro; en todo metió su nariz chiquita, y no hay que decir que se permitió su poco de libertinaje, deseando conocer los encantos secretos y seductoras gracias que esclavizan a todos los pueblos, haciéndoles tributarios de la voluptuosa Lutecia.

A tu lado pasaba el triunfo de la ciudad sirena, de Lutecia, la loca, sin una sonrisa de cariño para el divino poeta, que, con un humorismo que hiela los huesos, llamaba al hospital su palacio de invierno, del tremendo invierno parisiense. Quizá el genio sea la compensación de la miseria y de la desgracia, que ser feliz y artista no lo permite Dios,