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Después inclinó la cabeza hacia el pecho, como para meditar, pero en realidad de verdad estilo de Bermúdez para descansar, con una reacción proporcionada, de la postura incómoda en que el sabio le había tenido un cuarto de hora. Por fin el del jipijapa exclamó: Me parece, señor Bermúdez, que ese famosísimo cuadro del ilustre.... Cenceño. Pues; del ilustrísimo Cenceño; luciría más si....

Por esto la viuda no cesaba de pensar en el gran partido que podía sacar de Fortunata, desbastándola y puliéndola hasta tallarla en señora, e imaginaba una victoria semejante a la que Maximiliano pretendía alcanzar en otro orden. La cosa no sería fácil, porque el animal debía tener muchos resabios; pero mientras más grandes fueran las dificultades, más se luciría la maestra.

Cuando ella contemplase la estrella al anochecer, él estaría viendo el sol de las primeras horas de la tarde. Y aunque para los dos fuese de noche al mismo tiempo, ¡quién sabe si luciría sobre sus cabezas el mismo astro!... Cada hemisferio de la tierra tiene su cielo y sus constelaciones.

Si se pudiera ver interrumpió la esposa del señor Infanzón. Este fulminó terrible mirada de reprensión conyugal y rectificó diciendo: Luciría más... si no estuviera un poquito ahumado.... Tal vez la cera... el incienso.... No señor; ¡qué ahumado! respondió el sabio, sonriendo de oreja a oreja . Eso que usted cree obra del humo es la pátina; precisamente el encanto de los cuadros antiguos.

Fiel Lucía a su programa de no pensar en la boda misma, pensaba en los accesorios nupciales, y contaba gozosa a sus amigas el viaje proyectado, repitiendo los nombres eufónicos de pueblos que tenía por encantadas regiones; París, Lyón, Marsella, donde las niñas imaginaban que el cielo sería de otro color y luciría el sol de distinto modo que en su villa natal.

Le caía muy bien la vestidura aquélla al mejicanillo. Luciría en estrados informando en una causa ruidosa, ante un público de ociosos, más o menos criminales también, y de señoras distinguidas.

Pez le instaba para que aceptase, seguro de que se luciría y de que la provincia a quien le cayese un gobernador tan honrado y respetable, habría de saltar de gozo. Pero a él le repugnaba lo espinoso del cargo, y no quería abandonar su tranquilidad y aquel vivir oscuro en que era tan feliz.