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Recordando a las princesas rusas, a las ladies inglesas, a las condesas alemanas, a las francesas del Faubourg Saint-Germain, y hasta a las griegas fanariotas, que había tratado con la mayor intimidad, iba sosteniendo que no valían un bledo todas las mujeres que se paseaban en aquel momento en los jardines.

Los ingleses, como sucede en todos los sitios, vehículos y líneas de excursion, estaban en mayoría, representados principalmente por una media docena de young ladies robustas, rubias, rosadas y vestidas caprichosamente.

Está probado que, desde el siglo de Pericles en adelante, las mujeres griegas, á fuerza de contemplar las obras maestras de la escultura y de la pintura, vinieron á ser mucho más hermosas que en los siglos anteriores: Y yo he leído también, en autores muy formales, que esas aéreas, aristocráticas y semi-divinas imágenes de mujer, que en los libros de Keepsake nos deleitan, no son copia de las Ladies y de las Misses más celebradas, sino son como norma ó pauta á la que esas Misses y esas Ladies se han ajustado, y son como molde en que, trascendiendo de lo espiritual á lo físico, las han fundido sus madres.

Hacia la segunda quincena de julio, un hombre y una mujer, ambos jóvenes, seguían lentamente el muelle de Saint-Helier donde se agolpaba ya la multitud de las primeras hornadas de viajeros, gentlemen apopléticos, secas ladies y rubias misses montadas al aire, «smala» de viajeros que están dando la vuelta al mundo con gravedad sacerdotal y que contrasta por su tiesura y su flema británica con la exuberancia y la «furia francesa» de nuestros compatriotas que han huido momentáneamente del mostrador o de la oficina y se maravillan cándidamente de verse tan lejos de la calle Saint-Denis... o del ministerio.

Llegaría bien a los treinta y cinco años. El tipo de su rostro extremadamente original. La tez, morena bronceada; los ojos azules; los cabellos de un rubio ceniciento. Pocas veces se ve tan extraña mezcla de razas opuestas en un semblante. Si a alguna se inclinaba era a la italiana, donde tal que otra, suele aparecer esta clase de figuras que semejan ladies inglesas cocidas por el sol de Nápoles.

Pero Juan Maury era más egoísta de lo que yo había imaginado. Era además tan gurrumino que tenía más miedo de su mujer que de una espada desnuda; y Lady Maury era quizás la más severa, la más entonada, la más en sus puntos y la más enemiga de lo escandaloso e incorrecto de cuantas Ladies vestían y calzaban a la sazón en todo el Reino Unido de la Gran Bretaña.