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Soy aficionado a pasarlo bien en este pícaro mundo. ¿Y quién no lo es? ¿Quién, pudiendo divertirse, opta por estar aburrido? ¡No, si yo no le recrimino a usted ni con los ojos ni de palabra! exclamó la joven sonriendo. Lo único que me atreveré a decirle es que valdría más que usted se divirtiera con placeres lícitos. No lo crea usted. Yo no he podido gozar jamás los placeres lícitos. Me aburren.

Y el hombre que hacía esto era el mismo que en aquel instante llenaba con su nombre todo el distrito; aquel de quien los alcaldes y prohombres decían con plena convicción. «Aquí no hay más diputado que don Rafael. Ese procurará por nosotros». Don Andrés se esforzaba por consolar a su ama. Todo aquello era un capricho de muchacho. Había que dejarle que se divirtiera.

Pregúntale a Villalonga; él es quien cuenta esto a maravilla y remeda los jaleos que allí se armaban. Paréceme mentira que yo me divirtiera con tales escándalos. ¡Lo que es el hombre! Pero yo estaba ciego; tenía entonces la manía de lo popular. ¿Y su tía, cuando la vio deshonrada, se pondría hecha una furia, verdad?

Pero lo que su madre le decía: «estás aquí, y en la edad de divertirte, y tienes hasta que hacer que te diviertes con lo que aquí se divierten los demás». Y Luz lo aceptaba todo con el mejor de los deseos, y en todas partes aparentaba divertirse mucho, aunque en realidad se divirtiera muy pocas veces.

Después que nos hubo hecho sentar, dijo ceremoniosamente: He invitado a ustedes a presenciar un espectáculo que puedo asegurarles que jamás extranjero alguno habrá visto, fuera de ustedes. El prestidigitador de la corte, De-Hinchú, llegó ayer mañana. Nunca ha dado función fuera del palacio; sin embargo, le he pedido que divirtiera a mis amigos esta noche y ha accedido gustoso.

Rafael no había estudiado para cartujo. ¡Otros a su edad y aun con más años eran peores!... Y el viejo señor pensaba sonriendo en sus fáciles conquistas de los almacenes, entre el rebaño despeinado, miserable y de sucios zagalejos que empapela la naranja. La buena doña Bernarda, después de sufrir tanto de su marido era demasiado exigente con su hijo. ¡Que se divirtiera! ¡que gozara!

Yo te diré contestó don Alejandro un poco atarugado con la inesperada observación de su hija . Mirado el caso por encima y tal como él mismo se va metiendo por los ojos, parece que tienes razón; pero atendiendo a lo que debe atenderse; mirando como debe de mirarse ¿estás ?... poniendo cada cosa en su sitio y a su luz correspondiente; midiendo esto y pesando aquello con la necesaria reflexión; no dando a ciertas... a ciertas, vamos, a ciertas pequeñeces accesorias, el valor de un hecho fundamental, ¿eh?... estudiando, en fin, el punto a conciencia... penetrándole hasta lo más hondo, como yo le tengo penetrado, lo infalible de mi axioma se palpa; pero hasta el extremo de que ese mismo argumento que a ti se te ha ocurrido, le da mayor realce todavía... como te lo podía demostrar yo ahora, si la ocasión fuera oportuna o lo reclamara una gran necesidad... Porque te advierto que la cuestión resulta algo metafísica, tratada como es debido; y no creo que te divirtiera gran cosa a raíz de una tanda de visitas como la que vienes aguantando.