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Pues bien, De-Hinchú, mirando casualmente la galera, después de revisado el discurso, vio el nombre de su principal perseguidor, y como es natural, imaginó que era de él la frase que se transcribía.

Momentos después, volvió con un niño chino, listo en apariencia, cuyo aspecto inteligente me hizo tan buena impresión que lo contraté en seguida. Cuando estuvo cerrado el trato, le pregunté su nombre. De-Hinchú dijo el muchacho. Pero, ¿eres el niño enviado por Hop-Sing? ¿Cómo diablos no has venido hasta ahora? ¿Cómo has entregado la carta? De-Hinchú me miró con una sonrisa.

Tan sólo observó que durante el día a De-Hinchú, de vez en cuando, le atacaban espasmos convulsivos, que se vio obligado a reprimir dándole de puntapiés y otros argumentos contundentes. Algunos días después del suceso, llamé a mi presencia a De-Hinchú.

De-Hinchú debió ser feliz aquellos breves meses, ricos en promesas que no vimos cumplidas. Tenía para su pequeña amiga la misma supersticiosa adoración, aunque no el mismo capricho, que para su dios pagano, de porcelana.

Sin embargo, temo que esté retratando una parte y no la mejor del carácter de De-Hinchú. Según me refirió, había sido la suya una vida muy dura y accidentada. No conoció la niñez ni tenía noticia de sus padres.

De este modo nació De-Hinchú en esta verídica crónica, en la noche del viernes 5 de marzo de 1856.

Una vez el molde en prensa, De-Hinchú aprovechó la ausencia de Webster para quitar la cita y sustituirla con una delgada tirita de plomo del mismo tamaño del tipo, grabada con caracteres chinos, formando una frase que, según creo, era una denigrante y completa declaración de la incapacidad y repugnancia de aquel funcionario, acompañada, en cambio, de una cláusula laudatoria de su propia personalidad.

No pasó, sin embargo, mucho tiempo sin que se desquitara de sus malévolos perseguidores, y una vez estuvo en un tris de que sus represalias me envolvieran en un serio disgusto. El regente de la imprenta se llamaba Webster, y De-Hinchú pronto aprendió a reconocer al individuo y las letras combinadas de su apellido.

Al cabo de una hora volvió de buen humor y sin los periódicos, diciendo que estaban ya todos en poder de los subscriptores. Pero, por desgracia para De-Hinchú, a cosa de las ocho de la noche, empezaron a llegar a la redacción subscriptores con indignada faz. Habían recibido sus ejemplares; pero, ¿de qué modo?

Por tal motivo se juzgó que debía mantenerse encerrado a De-Hinchú en la imprenta reduciéndolo a la parte puramente mecánica del oficio.