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No, pues esos no son los mosqueteros dijo un poeta ; ó si lo son, es mosquetero todo el público. ¿Qué sabéis vos? repuso Mari Díaz ; hay tardes en que están de humor, y en sonando una palmada, allá se van todos detrás, como borregos. Pues yo voy á ver qué maravillas está haciendo Dorotea dijo don Bernardino de Cáceres.

La de Porta se mudó al lado de allá para dejarme sitio... Derribo tabiques para unir dos habitaciones y ponerme en comunicación con la escalera de Cáceres, por la cual puedo bajar fácilmente a la galería principal y entrar en la Cámara... Mando poner tres chimeneas más y una serie de mamparas...».

Pues allí está, en el primer bastidor... con don Bernardino de Cáceres que, como sabéis, es el perro de la Dorotea. Voy, voy á verle; pero antes tengo que pagaros vuestras noticias con otras no menores. ¡Qué! ¿Qué sucede? exclamaron todos. El alférez se metió más al centro y dijo en voz baja y con sumo misterio: ¡Hay novedades! Novedades, ¿y en dónde? Novedades en palacio. ¡Ah! ¡Oh!

Don Bernardino de Cáceres era un segundón de una familia principal de Córdoba; gastaba más vanidad que doblones, y por razón de su vanidad andaba siempre perdonando vidas. Hacíalo con tal aplomo y se creía tan de buena fe valiente, que los demás acabaron por creerlo y por respetarle. Esto había acabado de hacer insoportable á don Bernardino.

Tenía este prurito y el de hablar bien y formalmente de todas las cosas. Había sido dos o tres veces diputado por un distrito de la provincia de Cáceres, de la cual era nativo él.

Al primer choque murieron dos ó tres de los mas osados, y recobradas animosamente las tropas de Orellana, estimuladas por el ejemplo de valor que les dieron el capitan de caballeria, el cacique D. Andres Calisaya, el teniente de fusileros, D. Martin Cea, y su hijo D. Felipe, cargaron sobre los demas y lograron rechazarlos hasta fuera de la poblacion, matando á muchos en el alcance, en tanto que Orellana se dirigió á socorrer la trinchera de Santa Rosa, que defendia con valeroso teson el alferez de fusileros, D. Juan Cáceres.

Con estos desatinos que decia, Que muy grande aficion al Argentino Mostraba el Presidente que tenia, Procuran de volverse en su camino El Obispo, y teniente que ponia En su lugar Ortiz el zaratino; Que es Cáceres, un hombre bullicioso, Amigo de mandar y sedicioso.

No hablemos más de esto dijo. ¡Pero!... exclamó Dorotea... En resumidas cuentas... dijo un comediante como don Bernardino de Cáceres es vuestra sombra, y se ha encontrado con otra sombra mayor... ¡Ah!

En casa de Segovia se juntaron De noche, con secreto sin ruido; Entre todos allí se concertaron, Y el caso fué de breve concluido. Que Cáceres se prenda concertaron, Y esperan á que sea amanecido. Una vision al punto que amanece Encima de la iglesia se aparece.

Con el mando, poder, y con la vara, El Cáceres echaba contrapaso, Al santo del Obispo: mas tenia Un provisor que mal los recibia. Aunque el Obispo era mal sufrido, No era codicioso de venganza. Segovia, el provisor, no ha consentido A Cáceres crecer en su pujanza; Mas antes con un odio encrudecido Le mete, como dicen, bien la lanza, Tomando informaciones y testigos: A Cáceres lo dicen sus amigos.