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Pero da por sentado que el público madrileño conoce las más salientes de ellas y presume las restantes; y a esto se atiene para considerar ocioso un trabajo más desleído, porque valor y resolución la sobran para echar a la calle todas esas barreduras de su conciencia.

Esta pobre mujer tenía gran apego á la casa, cuyas barreduras había recogido diariamente durante luengos años; tuvo en gran estimación á Doña Silvia, la cual nunca quiso dar á nadie más que á ella los huesos, mendrugos y piltrafas sobrantes, y amaba entrañablemente á los niños, principalmente á Valentín, delante de quien se prosternaba con admiración supersticiosa.

Clavos torcidos, y las barreduras de la casa. ¡Véngase ahora con jipíos y farsa!... Valiente caso le van á hacer. Mira, vieja de todos los demonios le dijo Torquemada furioso, por respeto á tu edad no te reviento de una patada. Eres una embustera, una diabla, con todo el cuerpo lleno de mentiras y enredos.

La masa de sus cabellos se iría desprendiendo de ella cayendo al cabo en el fondo del ataúd como un montón de barreduras, la piel se huiría dejando al descubierto blanca como la porcelana la tapa del cerebro. ¿Cómo quedarían sus manos? ¡Ah! sus pobres dedos, aquellos dedos que tantas veces habían acariciado las sortijas de tus cabellos de ébano, que oprimieron las rosas de tus mejillas y humildes y temblorosos buscaban los tuyos en la obscuridad, servirían durante algunos días de festín a una legión de gusanos y serían pronto objeto de horror aun para ti misma, hermosa, si los vieses...

no me quieres, me estás engañando... le quieres otra vez... le has visto en alguna parte. La verdad... Más quiero morirme de pena que de vergüenza. Fortunata, yo te saqué de las barreduras de la calle, y me cubres a de fango. Yo te di mi honor limpio, y me lo devuelves sucio. Yo te di mi nombre, y haces de él una caricatura. El último favor te pido... la verdad, dime la verdad». ix

Spadoni lo había visto con sus ojos, é imitaba el gesto del héroe al levantarse de la mesa llevando un cestito de mimbre entre las manos; un mísero cestito que contenía, como si fuesen barreduras del suelo, montones de papeles azules, montones de fichas de cinco mil francos. ¡Que no le hablasen á él de generales y batallas! ¡Este era un hombre!