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Eres la voz del destino Que presides á las horas, Que con sus alas sonoras Te golpean sin cesar, Y , su vuelo marcando, Generosa en demasía, Devuelves una armonía Por el golpe que te dan.

no me quieres, me estás engañando... le quieres otra vez... le has visto en alguna parte. La verdad... Más quiero morirme de pena que de vergüenza. Fortunata, yo te saqué de las barreduras de la calle, y me cubres a de fango. Yo te di mi honor limpio, y me lo devuelves sucio. Yo te di mi nombre, y haces de él una caricatura. El último favor te pido... la verdad, dime la verdad». ix

¡, !... Llévatelo y que no lo vea más... Para es un recuerdo triste, y para ti es un bibelot curioso, que puedes colocar encima de tu mesa... Perrro, Jacobito, hijo..., no si debo... debes, hombre, debes... Ahí llevas la zapatilla de Ceneréntola; el día en que encuentres una mujer que pueda calzársela, ese día me la devuelves.

Centenarias hayas que prestan su sombra Al lecho por donde juegas en ondas Te sirven de templo Y de corona, las hojas secas de otoño y el verde musgo. La vieja pila de mármol ha sido destrozada Pero , siempre generosa Devuelves bien por mal a los que te ofendieron Ofreciéndoles la frescura de tus aguas, limpias como el cristal.

En tu actitud altiva advierto que estás infiltrada de la misma idea de que están llenos al parecer tus parientes y tus amigos. ¿Me devuelves mi palabra? Pues yo la recojo. Mi dignidad se subleva ante esa idea. Tristán profirió estas palabras exasperado como si realmente acabaran de dar a su dignidad un golpe de pronóstico reservado.