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La solicitud de esta última no se refería exclusivamente a la salud del señor Aubry; existía otro asunto que picaba su curiosidad. Un día, no pudiendo contenerse más, Diana preguntó: ¿Qué se hace tu Huberto? No se le ve ya por aquí. María Teresa, confusa, se limitó a responder evasivamente: Probablemente viene a otras horas que , lo cual explica que no lo encuentres.

Jamás me ha dado un motivo de queja. Deseo que encuentres uno igual. Las riñas del marido, su carácter irritable, su voluntad avasalladora, perdían toda importancia para ella al pensar en su fidelidad. En tantos años de matrimonio... ¡nada!

Se detuvo unos instantes, como si dudase, y añadió al fin con trágica calma: Tal vez encuentres frente á ti rostros conocidos. La familia no se forma siempre á nuestro gusto. Hombres de tu sangre están al otro lado. Si ves á alguno de ellos... no vaciles, ¡tira! es tu enemigo. ¡Mátalo!... ¡mátalo! Después del Marne A fines de Octubre, la familia Desnoyers volvió á París.

Vamos a dar un paseíto en coche, que es muy higiénico después de almorzar bien... porque hemos almorzado bien; ¿no es verdad, Miguel? Es lástima que no te encuentres en edad de fumar... te daría un cigarro... Pero ya llegarás a allá... Al levantarse del asiento, Miguel se tambaleó un poco, lo cual hizo reír a su tío.

Digamos igualmente: «Alejados el uno del otro, ¿quién nos separará?... Separados el uno del otro, ¿quién podrá alejarnos?». Allí dónde yo me halle, estaremos los dos; porque los dos no somos más que uno, y dónde te encuentres, mi alma irá contigo. ¡Salud, oh Teri, resplandeciente estrella! ¡Salud, radiante amor!...

Ansioso de encontrar una excusa, evocó la imagen de su cocinero tal como era cuando filosofaba en el rancho de la marinería. Para desear los mayores males á un enemigo, este varón cuerdo formulaba siempre el mismo anatema: «¡Permita Dios que encuentres una mujer arreglada á tu gusto!...»

¡Ya me extrañaba a que no metieses la cucharada! ¿Quién te pide a ti consejo, ni qué se me da a que lo encuentres malo o bueno?... ¡Es decir, que mamá se calla, y que esta tontuela ¡mentecata! se ha de meter siempre en mis cosas!... Yo hago lo que me parece; ¿sabes?... Me dejo las patillas o me las quito; ¿sabes?... Y te callas; ¿sabes?...

¡, !... Llévatelo y que no lo vea más... Para es un recuerdo triste, y para ti es un bibelot curioso, que puedes colocar encima de tu mesa... Perrro, Jacobito, hijo..., no si debo... debes, hombre, debes... Ahí llevas la zapatilla de Ceneréntola; el día en que encuentres una mujer que pueda calzársela, ese día me la devuelves.

Así mis fronterizos dormirán en la confianza hasta que los despierte el hierro y el fuego en las flores de la primavera. Por lo tanto, goza el primer verdor de tu juventud en esa ciudad paraíso, y no me encuentres con tus valientes hasta la luna de Delhex , propia para la guerra.

Y cuando te sientas con alguna novedad en tu alma, y te encuentres de la noche a la mañana con todas esas máculas ateas bien curadas, dirás «¡milagro, milagro!» y no hay tal milagro, sino que tienes el padre alcalde, como se suele decir. En fin, no te quiero marear, que es tarde... Acuéstate prontito, y duérmete de un tirón siete horas.